—¿El qué? —Nada más escuchar la voz humana de su hermano, Siméon se sobresaltó y decidió replegar los recuerdos sobre Víctor y él en un lugar lejano. Ahora mismo no podía pensar en él de esa manera y menos dado lo que quería preguntarle. Lo podría destruir todo.

—¿Cuál es el potencial de Víctor? ¿Por qué todos reaccionáis como si fuese una gran amenaza? Me cuesta comprenderlo. —Vio que su hermano se quedaba callado de golpe, tan sorprendido como inseguro, seguidamente suspiró.

—Si te soy sincero preferiría no hablarte de ello todavía —reconoció, haciéndolo arquear una ceja, ¿por qué no? ¿tan malo era? —pero dado lo que se avecina creo que te mereces saberlo, sobre todo dado que hay un cien por cien de posibilidades de que intente acceder a ti de algún modo. Y los seyens son muy convincentes. —Siméon asintió, algo sobrecogido, era cierto, los seyens podían llegar a convencer a la gente para que hicieran lo que quisieran, más aun así dudaba que Víctor fuese tan rastrero como para utilizar sus poderes en él, ¿o sí? —Primeramente debes tener algo claro, la razón de que Víctor tuviera poderes aún sin estar convertido. Los hijos de los seyens son especiales, pueden desde heredar características de sus progenitores, hasta despertar alguno de sus poderes antes de la conversión. Y el padre de Víctor era un seyen muy poderoso. Tenía un don ilusorio tan sorprendente como sobrecogedor, no importaba lo que hicieras, no podías escapar, tampoco luchar contra él y muchas veces... —Su hermano se estremeció de una forma tan cruda que Siméon no pudo evitar acudir junto a él, tan inquieto como preocupado por la forma en que reaccionaba, como si lo hubiera subido. —No necesitaba ni siquiera concentrar la mirada para tenerte a su merced. Por ello tenía el sobrenombre de maestro ilusionista.

—Maestro ilusionista... —Susurró Siméon sobrecogido por todo lo que su hermano le decía, aquel poder... —Él te hizo algo, ¿verdad? —Semil asintió, era en estos momentos en los que adoraba la ingenuidad de su hermano pequeño y el afecto que le tenía, lo hacía bastante fácil de llevar por el camino que quería. —¿Qué viste?

—¿Cuál crees que es mi mayor debilidad, hermanito? ¿La única persona con la que no vacilé en compartir mi mundo por aquel entonces? —Nada más conectar su mirada con la de él Siméon comprendió y sintió frío, realmente los seyens eran más que temibles. —Escucha, ten cuidado, ¿sí? Pase lo que pase en el evento recuerda que sois de razas enemigas. No podéis asociaros. —Siméon suspiró, evidentemente que lo sabía, no era ingenuo. Además, después de lo que sabía hoy, lo último que se le ocurriría era sentenciar a su hermano a un peligro idéntico o peor que el de Eivan Roswell.

—¿Para qué iba a hacerlo? Eres la persona que más aprecio en la vida, después de Dianne, no pienso sentenciarte. —Prometió y nada más escucharlo Semil sonrió satisfecho. Todo estaba yendo bien.

"Es mejor así, Víctor, no puedo, simplemente, traicionarlos." Pensaba entonces el joven, creyendo ciegamente en las palabras de su hermano mayor, solo esperaba que su mejor amigo le hiciese caso y se mantuviese al margen del asunto. Eso o hablarlo con Víctor, tomar las decisiones adecuadas, al fin y al cabo no podía, simplemente, protegerlo como cuando eran más jóvenes, no dado lo diferentes y distantes que eran sus mundos ahora.


Diferentes, distantes, únicos, así eran los mundos de Candel y Víctor y, sin embargo, drásticamente similares.

Aquellas eran algunas de las palabras que Candel había atisbado en la mente de Christopher, mientras este jugaba al ajedrez con Ariel y hablaban de la proximidad del baile y lo que suponía el evento para ellos: Estrategias y alianzas. Aunque ciertamente Candel no es que estuviera tan atento a ello como debiese.

Tenía la mente en otras cosas, principalmente la perspicacia de Gerard, quién, tras la infructuosa búsqueda de un elemento importante (para él), al fin parecía advertir que en ocasiones faltaban pruebas u otros elementos fundamentales para resolver el caso. Lo cual habría sido un gran problema sino hubiese pasado lo que ocurrió ayer, cuando descubrió que podía controlarlo, pues nada más él pedirle que lo dejase el chico había abdicado con una facilidad tan sorprendente que, de no deber interpretar un rol, se habría echado a reír.

Seyens: SternDonde viven las historias. Descúbrelo ahora