─Vayamos al club ─susurro, negando con la cabeza como si así pudiera deshacerme de mis pensamientos, pero estos van a dónde sea que vaya, para siempre─. Es de mi padre. ─Ninguna de ellas sabe que me pertenece. Le podría decir a Verónica, pero Marianne hará demasiadas preguntas─. Podemos divertirnos un rato y regresar temprano.

Marianne se levanta de un salto.

─Bien, ¿llamo a Bartolomé?

Afirmo.

─Si puede venir, es más que bienvenido.

Debido a que hemos sido vistos en público varias veces, su padre ha decidido apretar su correa, pero de vez en cuando encuentra la manera de escaparse de su confinamiento para reunirse con nosotras. Ya no intenta que lo mire con otros ojos, se rindió cuando aún sin un compromiso de por medio no le presté atención, así que su compañía es extra agradable.

No estoy lista para atarme a nadie más.

Nunca.

****

Cuando llegamos tomamos asiento en la barra. Estamos frente a las mantarrayas, así que pasamos la primera media hora tomándonos fotos junto a ellas. Bartolomé llega cuando terminamos de comer nuestras hamburguesas gourmets. Está usando un traje sin corbata, por lo que no desentona al lado de nosotras: Verónica lleva un vestido rosa sin mangas, Marianne pantalones de vestir con un suéter y yo un enterizo brillante que tomé de la última colección de Ralph y Russo. No puedo evitar soltar una risita al ver la manera en la que ha cortado su cabello.

Está perfectamente alineado, así que parece césped.

─Mierda, ¿de qué me perdí? ¿Qué tan adelante vas de mí?

Le sonrío mientras deslizo un vaso de vodka por la barra, hacia él.

─Mucho.

─No sabes lo mucho que te envidio en momentos como este. ─No se supone que podamos fumar adentro, pero nadie se acerca a nosotros cuando inclina el cuello y junta sus manos para encender un porro. Le da una honda calada, soltando humo en mi cara, antes de hablarme de nuevo─. Puedes hacer lo que quieras y nadie te dice una mierda.

Eso es tan falso que no puedo hacer más que reír. Toda mi vida ha sido construida alrededor de los hombres en ella. Del sueño de complacerlos. De obtener una buena opinión. De mi padre. De Vicenzo. De Flavio. De Francesco. De La Organización. Salvo uno, sigo sin ser libre de ellos, pero ya no me interesa tanto como antes. Me dieron el regalo de darme cuenta de que incluso el hombre más astuto es manipulable. De que mi combustible es la más profunda decepción, la cual en este momento me rodea en abundancia. Nadie es lo suficientemente bueno.

Ni siquiera mi padre.

─Sí, es genial, ¿no? ─Marianne rodea mi cuello con uno de sus brazos─. Deseo tanto tener tu vida, Arlette. Despertar en una cama de plumas. Tener un armario lleno de ropa de diseñador. Un padre hermoso. Un hermano tan tierno. ─Suspira─. ¿Podríamos intercambiar vida alguna vez? Mis abuelos son agradables. Hacen pie de limón los domingos y juegan al bingo. Están casi ciegos, así que probablemente no nos diferenciarían.

Verónica, asustada por mi respuesta, intenta intervenir, pero alzo una mano. Definitivamente eso es algo a lo que quiero responder. Cada vez que veo a Marianne veo una versión de mí misma si hubiera tenido una infancia feliz. Aunque no creció con sus padres, estos murieron en un accidente de auto cuando tenía dos, sus abuelos la llenaron de amor. No hubo nadie apodándola bastarda, puta o maldita. No hay preguntas incómodas que simplemente evite porque no pueda contestar. Tampoco un compromiso de toda la vida del que se deshizo como sacar basura por las mañanas o gritos provenientes de las mazmorras en el sótano de su casa por las noches.

Arlette © (Mafia Cavalli I)  EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now