La tintorería

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Después de hundirse y tropezar varias veces llegó a tierra firme. Las ropas le chorreaban un asqueroso barro rojizo, que formaba un charco burbujeante en la hierba a sus pies. Con una mueca de asco casi histérica se limpió el rostro y caminó hasta la casita celeste.

Fuera había tres mesas de jardín muy ornamentales con sus sillas haciendo juego. En una de ellas había tres niñas, todas con largos cabellos castaños y mucha purpurina en las largas pestañas, la otra mesa estaba ocupada por una soberbia pareja, ella tenía largas trenzas doradas y hermosos ojos grises y él, los cabellos plateados y profundos ojos celestes, ambos eran de cuerpos largos y hermosos. La otra mesa la ocupaba un señor de edad, con los cortos cabellos lustrosos de cera y un bigote cuidadosamente recortado, leía sosteniendo con una sola mano un librito encuadernado en cuero negro mientras bebía café. Todos vestían ropa interior, las niñas tenían camiseta y pantalones al mejor estilo victoriano, la hermosa dama un camisón del mismo estilo y ambos caballeros calzoncillos, el de los cabellos plateados con estampa lisa y el señor del bigote con pequeños dibujos. Todas sus prendas eran blancas, y resplandecían inmaculadamente, como Juan nunca antes había visto. Y exceptuando el último señor todos llevaban hermosas aureolas plateadas levitando sobre sus cabezas.

Detrás de ellos daba la puerta de entrada. Y a su lado el mostrador en la que una mujer de rostro anfibio atendía al público. Juan escurrió lo mejor que pudo su boina y se la puso, pero se sintió estúpido, así que se acercó a la mujer con la misma en la mano.

_Bienvenido a "el arcángel apurado" ésta, su tintorería amiga. Fregamos sus ropas, eliminamos manchas y suciedad, lavamos y perfumamos sus barbas, bañamos a su descendencia y lustramos sus zapatos. Y ahora también almidonamos sus alas por solo 500 créditos._ y señaló hacia arriba. Juan siguió el trayecto de su dedo estirado y logró ver un centenar de cuerdas tendidas en lo alto con ropas y telas de todo tipo todas blancas como la nieve contrastando refulgentemente en sus broches contra la noche estrellada.

Juan volvió su mirada a la mujer que descansaba una mejilla en una de sus palmas con aire aburrido. Evidentemente se sabía el discurso de memoria.

_No tengo dinero_ Aclaró Juan, que era un muchacho de pocas pero precisas palabras. Entonces una pequeña campanita que colgaba a su lado sonó. Y la mujer arrancó un recado que tenía sobre la mesada.

_ Su pedido ya está listo, señor_ dijo al hombre de bigote, el que inmediatamente se metió por la puerta. Después se volvió a Juan_ Bienvenido a "el arcángel apurado" esta... oh, ¿sigues aquí, humano? _

_Necesito llegar a la base anaconda_ Agregó Juan imitando el aire apesadumbrado de la mujer. La misma lo miró un largo rato sin atinar a decir nada con expresión ida. Entonces salió otra vez el señor por la puerta, esta vez vestía un vistoso traje negro perfectamente alistado con un pañuelo rojo en el bolsillo y zapatos lustrosos, también llevaba un bastón dorado muy elegante. Se alejó después de una pequeña reverencia. Era el ser de aspecto más normal que había visto hasta ahora, exceptuando, claro, el curioso rechinar metálico que hacían sus articulaciones al andar.

_ Bienvenido a "al arcángel apurado" esta, su tinto... ¿Por qué estás aquí aún?_ el chico entrecerró los ojos, tomó aire para uno de sus largos monólogos que solo ocurrían muy de tanto en tanto, pero unos suaves tirones en su camisa lo hicieron detenerse y bajar la cabeza.

Allí estaba una de las tres niñas-ángel que reía risueña y le extendía un papel. Juan lo tomó. Era un mapa hecho en trazos infantiles, según él solo tenía que atravesar el bosque por un camino que empezaba casi inmediatamente a su izquierda. Volvió a mirar a la niña, era muy hermosa con su delicada piel de mármol, facciones redondeadas y hoyuelos en las mejillas. Entonces recordó que le faltaban sus alas, se la imaginó con ellas y se estremeció: todos los seres que había conocido con rostro humano y alas lo habían, mordido, manipulado o, simplemente, intentado asesinarlo.

_Gracias_ dijo a la niña, quién miró a sus compañeras y las tres rieron alegremente. Entonces Juan se retiró siguiendo el linde del bosque.

 Entonces Juan se retiró siguiendo el linde del bosque

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El castigo de las hadas. Atrapado en la tierra grande de la gente pequeña.Where stories live. Discover now