Capitán Kenny Ackerman

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- Falsifiqué más de un documento cuando vivía en la ciudad subterránea. Imitar la maldita firma de Zackley no fue difícil.

- No deberías hacer esas cosas. Si se enteran te encerraran también a tí en correción disciplinaria.

- La celda de al lado está vacía –musitó.

Tal vez había sido demasiado osado por su parte. Pero sabía que tenía que desobedecer aquellas órdenes. Apenas habían pasado tres días desde que habían vuelto de la última expedición. Semanas arduas en las que había dedicado todo su ser a investigar aquella criatura extraña. De la que solo habían surgido dudas. Necesitaba tiempo para meditar y proponer nuevos experimentos. Pero también necesitaba cumplir su adecuado castigo. No era la primera vez que era encerrada por haberse dejado llevar por sus impulsos. Pero si la primera vez que sus rejas no estaban alojadas bajo su propio cuartel.

Había visitado anteriormente aquellas mazmorras, sabía que los soldados de alto rango no eran encerrados en el mismo sitio que los reclutas que desobedecían órdenes. Ella ocupaba un puesto importante en el ejército. Era una pieza clave, sabía que en ocasiones, debería retirarse del campo de batalla, sabía que tendría que tomar decisiones que implicasen la muerte de otras personas relacionadas con ella, la sangre de sus compañeros cubriendo su uniforme inmaculado. Lo sabía, por eso había decidido confesar su pequeño acto de desobediencia.

Pero, lo más importante, es que necesitaba encontrar una conexión con aquello que había averiguado a través de su microscopio y su conexión con aquellas jeringüillas que habían encontrado tantos meses atrás. Y la manera más segura de averiguar información era mediante los aburridos y hastiados soldados que debían hacer guardia día tras día. Hasta que uno de ellos olvidase quién era ella y olvidase su protocolo de silencio. Una pequeña conversación en la sala de al lado, un pequeño edicto de órdenes que no ocultaban demasiado bien.

Y sus ojos avizores fijándose en cada uno de ellos. Si había alguna conexión que pudiese corresponder con lo que había estudiado esas dos semanas, le serviría para poder cohesionar su próximo experimento. Fuera cual fuese el secreto de aquellas sustancias encerradas bajo llave, lo descubriría.

Mientras reflexionaba sintió que unos brazos atravesaban aquellos fríos barrotes y la abrazaban contra su pecho. Un tórax sobre el que había descansado demasiadas veces, y que no podría acariciar durante semanas, tal vez meses. Por unos instantes, mientras añoraba el rígido tacto de su cuerpo contra el suyo cuando amanecía en su cama, deseó que aquellos malditos barrotes fueran más estrechos para poder abrazarle con más fuerza.

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Decisiones y arrepentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora