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El rey Emblem vestía un jubón negro que parecía combinarse con su cabello y resaltaba sus ojos violetas de manera reluciente. Era increíble lo mucho que Vidian y Peter lucían como su padre cuando Alianna era una gota de agua de su madre, delgada y con el cabello rojo fuego que solían tener las personas que venían de la isla del sol.

Su padre la observó con atención mientras se trasladaba y tomaba asiento junto a su hermana mayor, en la última silla que rodeaba aquella mesa circular de caoba. Alianna no pudo evitar notar que todas las paredes estaban a rebosar de viejas pinturas de generales que habían servido con lealtad a la corona real de Clung para mantener la paz en su territorio, una paz que ahora se veía quebrantada tras el asesinato del príncipe heredero de Speranță a manos de mercenarios Quorines. Un escalofrío la recorrió al darse cuenta de que Johannes Gilbert, quien hacía tan solo meses había asumido el cargo, ya colgaba de los muros.

La forma en la cual la guerra se había venido desarrollando era un remolino sin descanso en la mente de Alianna. Ella había tenido tan solo un año cuando está había iniciado y desde entonces había oído los tambores, visto el humo negro de la destrucción y oído sin descanso los gritos de aquellas mujeres cuando eran ultrajadas y venían a pedir la justicia real. Por trece años nadie había podido dormir con tranquilad y las mujeres se gritaban la una a la otra pidiendo a los Dioses que les permitieran dejar de traer niños para morir a este mundo.

Clung nunca se había provisto de manera pertinente con ejércitos llenos de soldados mortíferos. Alianna normalmente oía a los pajes murmurar que su abuelo, el fallecido rey Gerald, siempre pensó que la guerra no duraría más de un año y al final Clung podría seguir regodeándose con victorias. Pero esa guerra se alargó por un año más y luego tres, hasta el punto dónde ya nadie veía su final. Y ahora era su padre quien debía cargar con ella y si él no lograba acabarla sería el turno de Peter el defender a Clung. La sola posibilidad le aterraba.

— ¿Cuántos años tienes, Vidian?

Su hermana abrió los ojos con sorpresa al darse cuenta de que su padre le estaba dedicando la palabra. Era un hecho magnífico el que simplemente quisiese mirarla: — Dieciséis, padre.

— Dieciséis y eres aún una doncella —Su padre mantenía ambas manos encima de la mesa y las miraba con aparente desinterés y aburrimiento— Te haces vieja. Muy pronto ya no serás apta para traer herederos y entonces nadie que en verdad pueda merecerte podrá obtenerte. Lo que menos deseo es quedarme con una hija inútil a la cual alimentar sin poder usarla.

Alianna notó que Vidian bajaba los ojos, pero no sabía muy bien si era para ocultar la humillación de ser llamada anciana o el hecho de que su padre siguiera considerándola pura. No necesitaba ponerle atención para comprender que aquello era solo una leyenda que se había echado a perder hacía mucho tiempo.

— Y ahora tú —Sus ojos cayeron en Alianna quien se irguió aún más de lo que creía posible— Más bonita que tu hermana, no puedo dudarlo. Dulce, sencilla y espero que seas una buena madre. Pero catorce años te hace lo suficientemente mayor para contraer nupcias. ¿Pueden deducir por qué las he mandado a llamar?

— Un hombre ha pedido nuestra mano en matrimonio.

Su padre sonrió de nuevo y Alianna trató de soportar aquellos ojos púrpuras idénticos a los suyos: — También eres rápida en comprender cosas. ¿Quién lo diría? Teniendo en cuenta a la madre que te correspondió me sorprende que no salieras estúpida.

La reina Evara se removió al lado de su padre pero no levantó la voz. Alianna tenía entendido de que en la Isla del sol su madre fue educada desde muy niña para comportarse de forma debida y agradable en su matrimonio, que había sido concertado con el futuro rey desde que ella estaba en el vientre. No obstante Alianna creía que uno nunca realmente aprobaba la clase de resistencia a los insultos.

Espejo, EspejoWhere stories live. Discover now