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El inicio de las cosas no siempre comienza desde cero, a veces, deben destruirse algunas cosas para que luego se pueda volver a empezar. Así fue conmigo.

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Recuerdo ese día, ese último día. Zerg me había pedido que le acompañara en una caminata por el bosque cercano al castillo de mi familia. Llevábamos tres años juntos. Lo conocí cuando yo solo tenía dieciséis años, él tenía cincuenta. Pero al ser una criatura especial, su aspecto era el de un joven.

Él se veía bastante nervioso, pero a la vez, en su rostro pude descifrar la determinación de hablar conmigo. Esto me causo curiosidad. Me hablé en un principio de cosas sin relativa importancia, hasta que llegado un punto entre los árboles se detuvo, y me miró a los ojos. Se veía nervioso aunque muy decidido.

Tomó mis manos entre las suyas con suavidad, me miró a los ojos de forma tierna y susurró mi nombre; el nombre que usaba cuando aún estaba viva.

- Anastashia...

Nos miramos a los ojos con cariño. Pero fue lo último que tuvimos del otro. Lo último de paz.

Habíamos sido descuidados, un grupo de vampiros nos habían seguido con sed de venganza. Zerg y mi padre habían dado caza a uno de su aquelarre hacía unas semanas antes, en las que todos disfrutamos de una calma fantasmal.

Zerg se colocó delante de mí. Protegiéndome. Escudándome de cualquier ataque, pero ninguno de los vampiros que nos rodeaban comenzó un ataque. Fue el líder del grupo quien se adelantó, y noté como Zerg se tensaba. El líder del aquelarre era un hombre alto, de cabello negro azabache, con el atractivo inmortal de los vampiros, sus ojos eran de color gris.

Aquella criatura se dirigió a mi acompañante, y habló en francés. En esa época, mi francés no era tan fluido como ahora, por lo que no pude entender mucho. Pero Zerg si, pues le contestó y entabló una discusión con la criatura. De pronto el vampiro guardo silencio, dio la media vuelta y encaró al grupo. Dio una orden. Y estos se lanzaron sobre nosotros, hiriendo gravemente a Zerg.

Yo no corrí con la misma suerte.
Lo único que recuerdo, fue el dolor.

Aquel dolor que encendía mi garganta. El líder del aquelarre se había abalanzado sobre mí, bebiendo de mi sangre. Miré una última vez a mi amado Zerg, tendido en el suelo, inconsciente.

Inocentemente, lo llamé. Y fue la última vez que pronuncié su nombre en voz alta.

Ese fue el final de mi vida.
Y fue el inicio de mi muerte.
Así fue que nació Gabrielle.

MemoriesWhere stories live. Discover now