c i n c o

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Con Natasha nos pusimos de acuerdo, de entrenar de siete a ocho todos los días antes de la cena

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Con Natasha nos pusimos de acuerdo, de entrenar de siete a ocho todos los días antes de la cena. Lo cual me daba el tiempo suficiente para llegar de la cafetería, cambiarme de ropa y entrenar como si no hubiera un mañana.

Admito que al comienzo lo comencé a hacer solo porque Nat insistió hasta convencerme. Pero después de siete días obligando a mi cuerpo a moverse después de cinco años, mis músculos se sienten agradecidos.

—Estaba pensando —digo entrando a la sala de entrenamiento—, que hoy podríamos entrenar un poco más despacio, me duele todo... ¿uh?

Steve está de pie a un lado del gran espejo que cubre una de las paredes completas, tiene una pequeña sonrisa en el rostro y una toalla blanca cuelga de su cuello.

Llevo siete días evadiéndolo exitosamente para que se aparezca justo en el lugar del que no puedo escapar.

—¿Dónde está Nat? —pregunto, mis pies se quedan pegados al suelo, y mi corazón se acelera cuando él se despega del espejo y comienza a avanzar hasta mi.

Tiene puesta una camiseta blanca ceñida al cuerpo y unos pantalones grises de deporte. Me muerdo el interior de las mejillas mientras él deja la toalla sobre una de las máquinas trotadoras y luego se voltea a verme.

La sala de entrenamiento es casi como un gimnasio privado. Hay una zona de máquinas de cardio, un par de trotadoras, un par de bicicletas estáticas, una que otra maquinas elípticas. También hay máquinas de pesas, para todas las partes del cuerpo, en realidad. Muslos, abdomen, brazos, espalda. Y estas últimas son las responsables del dolor insoportable que baña uno y cada uno de los músculos de mi cuerpo.

—Le surgió una reunión de último momento, me preguntó si podía venir yo y ayudarte con tu entrenamiento —responde él, la sonrisa sigue dibujada en sus labios, y trato de ignorar las ganas que tengo de verificar si son tan suaves como parecían serlos en el sueño—. Así que aquí estoy. ¿Estás lista?

Asiento subiéndome a una de las trotadoras, Steve avanza hasta llegar al lado de esta y apoya uno de sus brazos en esta, y me sonríe.

—Asumo que durante los cinco años que estuviste por ahí, no seguiste tu entrenamiento —dice él con una pequeña sonrisa burlona.

—¿Tan obvio es? —pregunto encendiendo la trotadora, comenzando a caminar, tratando de no hacer muecas por el dolor me embarga de pies a cabeza al hacer cualquier movimiento.

Recuerdo lo mucho que solía entrenar antes del chasquido. Las horas y horas que pasaba con Wanda saliendo a trotar y haciendo ejercicios raros que encontrábamos en internet. La mayor parte de las veces lo usábamos como excusa para salir y tomar aire, cambiar la rutina, la cual se volvió tediosa después de años escondiéndonos.

Era nuestro tiempo juntas. Ella me contaba todo lo que ocurría en su cabeza, y yo hacía lo mismo. Era casi terapéutico.

Después que se desvaneció, el simple hecho de pensar en hacerlo sin ella se sentía como una traición de la peor clase.

carry on | steve rogers | TERMINADAWhere stories live. Discover now