Capítulo diez: Todo está resuelto.

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Ya no tengo más fuerzas para tratar de liberarme. Ya nada vale la pena en mi vida. No tengo ni a Nick ni a Isabella. No tengo a mi madre. No tengo a mi abuela. No tengo nada. Mis ojos arden de tanto llorar, mis muñecas y tobillos sufren los ajustados amarres y mi corazón se siente como un agujero negro.

Por momentos pienso que mi padre terminará con mi vida en cualquier momento. Pero no puedo permitir eso y no lo voy a permitir.

No sé qué hacer con mi vida, simplemente ya no sé qué hacer. Ya no tengo ganas de levantarme de la cama por las mañanas, no tengo motivación. Lo único que me hacía sonreír era poder ver a Isabella y Nick, pero luego de lo que mi padre me obligó a hacer seguramente no quieran verme más, si es que en algún momento puedo librarme de esta prisión que me impuso mi antecesor.

La palabra futuro es ajena a mí. Como lo es la palabra esperanza. No tengo esperanza, ni voluntad, ni valor, ni futuro, hasta estoy dudando si tengo presente… Todo se ha ido junto con mi infancia y mi adolescencia.  

Aún así no pienso quedarme atada a la cama sin hacer nada. Afuera ya es de noche. Puedo ver el oscuro cielo por mi ventana. Parece que va a llover, es como si las nubes estuvieran hechas de algodón saturado de agua y a lo lejos se puede ver el resplandor de los rayos. Cuando era pequeña solía creer que el clima se adaptaba a mi humor; que cuando yo estaba triste, llovía, y que cuando estaba feliz, salía el sol. Si eso ocurriera hoy, tendría que llover varios días seguidos. Nunca había estado tan triste y sin ganas de vivir. Por un momento evalúo la posibilidad de quedarme en la cama para siempre y finalmente morir de hambre, pero eso implicaría demasiado tiempo y sufrimiento. Entonces recuerdo a mi madre, recuerdo su triste final. Final que la libertó de su pesadilla y que podría liberarme a mí de la mía.

Aunque no puedo dejar a Isabella y a Nick sin saber toda la verdad. No se los puedo decir personalmente, pero encontraré la forma de hacerles conocer mi verdad, mi “día triste”.

No voy a vivir más esta vida, ya lo tengo decidido. Dejé que todo vaya demasiado lejos y yo misma lo voy a terminar. No voy a permitir que mi padre se salga con la suya.

Me lleva horas poder librarme de las ataduras. Mis manos y pies sufren la fricción y me lo hacen saber, doliendo bastante, pero eso no me va a impedir nada. De inmediato me siento frente al escritorio que hay en mi habitación, tomo papel, hoja y comienzo a escribir. Escribo tres cartas, una a mi padre, una Nick y una a Isabella. Me es imposible no llorar mientras escribo las últimas dos. En verdad los voy a extrañar, pero no puedo seguir así, ya no.

Me toma aproximadamente una hora escribir las tres cartas. Afuera ha comenzado a llover, pero el agua que cae no alcanza a ser la misma cantidad que la que cae de mis ojos.

¿En verdad lo vas a hacer, Anne? Me pregunto a mí misma. Sí, lo voy a hacer y no me voy a arrepentir de eso, aunque no habrá forma de arrepentirse una vez que lo haga.

Me dirijo a la cama con las tres cartas y veo que el hermoso vestido que me regaló Nick está en el suelo. Lo tomo con ambas manos y lo presiono contra mi pecho, recordando ese perfecto día que sucedió hace apenas unas horas. No comprendo cómo todo puede cambiar en tan poco tiempo.

No quiero tener que olvidar a Nick y a Isabella, y tampoco quiero que ellos sufran por mí, no lo merecen. Ambos trataron de ayudarme y yo no acepté. Ambos me pidieron que hablara, pero yo no hablé, no podía hablar. Nunca me gustó hablar de las cosas que me pasan, y mucho menos aún si corría riesgo de que mi padre se enojara por ello.

¿Por qué diablos mi vida tiene que ser así? ¿Por qué no puede ser como la vida de los demás? No quiero ser especial. No quiero que los demás me tengan lástima por esto. No quiero que mi padre me siga pegando. Quiero tener a mi madre conmigo.

Ya no lloro. El dolor sentimental que siento es tanto que inhibe las ganas de llorar. Mis ojos agradecen que eso ocurra, no pueden soportar otra lágrima más. Están hinchados, rojos y aún algo húmedos.

Decido ponerme el hermoso vestido blanco. Será mi última noche aquí, es la ocasión especial para lo cual lo quería reservar. Por la noche luce tan hermoso como durante el día. El vestido blanco, mis pies descalzos y las heridas de mi cuerpo me dan un aspecto bastante tétrico, pero no me importa, así es como me siento. No me interesa estar hermosa después de todo lo que pasé, luego de toda esa agresión física y psicológica.

Recuerdo a Isabella decir: “¡Están quitándote la vida!”. Pero esta vez no estoy de acuerdo con ella. No me la están quitando, yo la estoy dejando.

Me acerco a la ventana. Si quiero escapar es el único lugar por donde puedo hacerlo. No voy a saltar desde aquí, estoy a varios metros del suelo y la caída me mataría. Ato las sábanas que estaban en mi cama haciendo una especie de cuerda. Sujeto un extremo de la misma a la pata de la cama que está más cerca de la ventana, corriendo la cama contra el lugar de mí escape para que esta no se moviera mientras yo esté bajando. Tomo las cartas que escribí hace un momento y las oculto en mi vestido para protegerlas de la lluvia. Abro la ventana con extrema precaución para que no hiciera ningún ruido y arrojo el extremo de sábana de que quedó libre. Afuera está lloviendo realmente fuerte, el viento sopla y el cielo se ilumina constantemente por los rayos. Nunca le temí a las tormentas, pero esta es bastante aterradora.

Bajar por la improvisada cuerda me resulta agotador. Mi cuerpo está muy cansado de todo lo que vivió hoy, así que es un milagro que no callera mientras bajaba. La lluvia me azota sin piedad, pero eso no me detiene.

Doy un largo suspiro cuando toco el frío y mojado césped con mis desnudos pies.  Miro hacia el cielo, abro los brazos y dejo que la lluvia me empape. Es como si hubiera encontrado una burbuja de aire en medio del mar del cual no puedo salir.

Recuerdo que tengo que llevar las cartas antes de que se arruinen completamente por el agua. Me dirijo al frente de mi casa y paso por debajo de la puerta la carta que escribí para mi padre.

Voy caminando hacía la casa de Isabella. Es un largo viaje pero, por suerte, la lluvia comienza a cesar. No quiero imaginar la tristeza que tendrán mi amiga y Nick cuando lean las cartas que dejaré en sus casa. Entonces recuerdo que no sé dónde vive Nick. Tendré que dejarle a Isabella ambas cartas y ella se deberá encargar de darle a Nick la suya. Conozco bastante a mi amiga y sé que lo hará.

Luego de caminar dos horas pareciendo el fantasma de una película de terror, llego a la casa de Isabella. No hay ninguna luz prendida, por lo que puedo ir hasta la puerta y dejar las cartas sin preocupación alguna.

Debe ser muy tarde porque todas las casas por las que he pasa están con las luces apagadas. Y eso también explica por qué nadie llamó a la policía advirtiendo de una chica loca que camina sola por la calle.

Estoy realmente agotada. Desearía no caminar más, pero tengo algo que hacer, tengo que liberarme de mi propio infierno. Camino muy lentamente hasta el puente de la ciudad, el único puente de la ciudad.

Llego allí y me reclino sobre las barandas de seguridad que posee para poder mirar el agua que corre bajo él. La tranquila corriente refleja el color naranja que tiene el cielo en este momento. La tormenta ha pasado y solo sopla una suave y fresca brisa. Mi vestido está totalmente empapado y ya no posee el hermoso blanco original, pero aún así continúa siendo hermoso.

Allí está mi libertad, en ese puente, en un puente como en el que mi madre encontró su libertad. Adiós a los golpes, al llanto, a las mentiras, a ocultar cosas. Adiós a mi vida entera. Adiós a todo, porque al fin voy a ser libre.

Anne SadayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora