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Comencemos por el principio, yo era una chica de 15 años con las hormonas revolucionadas. Vale, sigo con las hormonas revolucionadas, pero es que esa mujer es preciosa.

El caso, al pasar a noveno, mis amigos habían cambiado de colegio y habíamos pedido el contacto, así que yo estaba sola en este mundo cruel y doloroso. No era el primer día de clase, no soy tan cliché. Habían pasado unas semanas, ya había clasificado a todo el mundo y me había enterado de los cotilleos generales.

Ese día, un día lluvioso y tranquilo, llegué tarde a clase de literatura por ir a recoger el carnet de coche. Cuando llegué a la clase, solo había un sitio disponible, al lado de ella.

Margaret Fletcher. Con solo una vista el primer día me di cuenta de que era preciosa. No sexi, no guapa, preciosa. Tenía el cabello marrón ondulado, sus ojos eran marrones claros con toques de verde, su piel era clara, con algunas pecas y tenía una sonrisa radiante. Para mí, el sol no salía hasta que ella sonreía. Cuando lo hacía, sus ojos se achicaban y sus dientes parecían expuestos. Era la mujer más bonita de la tierra, amable con todo el mundo, había salido siempre con los quarterbacks del instituto y era animadora. Era perfecta. Radiante.

Me senté a su lado, estaba hecha un manojo de nervios. Yo no funciono alrededor de chicas guapas, ya está. Es una realidad. Tenía 15 años, virgen y hacía unas semanas que había descubierto el arte de masturbarme. Margaret no era más que nuevo material. Por el amor de dios, es que os juro que era preciosa. Como si Dios hubiese dicho "Mirad, mortales asquerosos, ya que vuestra existencia carece de sentido, he decidido traeros un ángel sin alas para que al menos conozcáis la perfección".

Ahora, con mis dieciocho, casi diecinueve, la verdad es que es algo pedófilo pensar en ella de una manera sexual. Pero bueno. Sigo. Porque puedo pasarme el día hablando de lo perfecta que era y se me hace tarde.

Estábamos dando literatura española este semestre. A mí me gustaba y me gusta leer, así que algo de todo lo que estaban diciendo pues lo conocía por encima. Pero es que yo no me podía concentrar en absoluto en lo que decía el profesor porque es que Margaret Fletcher estaba a mi lado, apoyada en su brazo y mirando un poema que teníamos que analizar con aburrimiento.

-Qué pérdida de tiempo –Me susurró cuando el profesor nos dio tiempo para comenzar a hacer el trabajo. Claro, yo con la voz ronca de Margaret estaba ya en el séptimo cielo y lista para decirle que sí a todo-. Voy a tener que perder todo mi día en esto.

¿Recordáis que he dicho que no sé hablar con chicas guapas? Pues imaginaros con una chica preciosa. No sé cómo no vomité de los nervios. No me salió otra cosa que recitarle:

"¡Qué importa un día! Está el ayer alerto,

Al mañana, mañana infinito,

Hombres de España, ni el pasado ha muerto

Ni está el mañana –ni el ayer- escrito"

Es una frase de Antonio, de El dios ibero. Se lo dije rápidamente, casi sin respirar, ganándome una mirada sorprendida de sus ojos de color danzante. Es que claro, luego me sonrió y yo me iba a morir. ¡Pero qué sonrisa más bonita! ¡Quién pudiera hacerla sonreír así todos los días!

Ahora que lo pienso bien, para este momento Bécquer escribió perfectamente mi pensamiento en la rima XXIII

"Por una mirada, un mundo;

Por una sonrisa, un cielo;

Por un beso... ¡Yo no sé

Qué diera por un beso!"

Margaret siguió simplemente haciendo su tarea, no parecía afectada. Pero yo me estaba muriendo por dentro. ¡Me había sonreído, a mí! Ya había completado un logro.

Pero este logro se extendió por meses. Porque aunque no llegase tarde a literatura, durante todo ese noveno año, al menos hasta abril, me estuve sentando con ella. No solo eso, sino que siempre me guardaba un sitio. Intercambiamos varios libros de poemas. Resulta que a ella no le gustaba estudiar poesía, le gustaba leerla, sentirla.

Así que leímos a Walt Whitman, a Machado, a Bécquer y a muchos otros. Al terminar las clases, salíamos juntas y seguíamos hablando hasta que sus amigas aparecían. No solo de autores antiguos o nuevos, hablábamos de los poemas anónimos que yo le traía. No eran realmente anónimos. Los había escrito yo para ella. Fueron pocos, porque yo no tengo madera de escritora, pero tengo uno que aún guardo con cariño. Se llama Amanecer.

Esta noche la luna le pidió
A los lobos que no aullasen
Para poder escuchar tu respiración.

Una respiración ligera, sin vacilación.
De esas que te calman y te aceleran el corazón.
Porque la belleza se vive de cerca
Y se aprecia de lejos.

Mientras tú descansas no sabes que
Entre las cuatro esquinas de mi cama
Se lleva a cabo una batalla contra el insomnio,
Contra las poesías que escucho a la luna dedicarte.

En principio era yo quién te recitaba,
Pero creo que con mis palabras se enamoró de ti.
Tienes ese efecto, esa magia, ese misterio
Que no quiero conocer, solo sentir.

Ahora, cuando el sol celoso asoma
Tiñendo el cielo de un arcoíris
Mi romanticismo sentencia que ganaste la guerra
Donde tú eras los dos bandos.

Hoy tampoco veré el amanecer,
Solo quiero ver esos colores
Reflejados en tus ojos.

Era horrible pensar en ella, porque me consumía. Iba por la calle, a comprar, a la biblioteca... Fuese a donde fuese, algo me recordaba a ella. La buscaba entre la gente, para ver si había tenido la suerte de topármela en alguna calle de mi angosta Manhattan. Pero así no es cómo funcionan las cosas. La única vez que la veía era con sus amigas en una cafetería de la que yo le había hablado. Nunca tuve el suficiente coraje de acercarme a saludar.

Me di cuenta de que me estaba enamorando muy rápido de ella. Poco a poco, con cada sonrisa, cada broma, cada caricia robada –Que si rozarle el brazo, poner una mano en su espalda para guiarla por la multitud, rozar su rodilla con la mía en clase o un beso en la mejilla a modo de saludo- me hacían caer más y más por ella.

A mí me iban las tías, eso lo sabía. Los chicos nunca me habían generado interés. Así que no supuso demasiado admitir que me gustaba Margaret. Incluso hablé de ella con mis padres. Insistían en que querían conocerla, pero cuando lo hicieron no se emocionaron tanto.

Porque en esta historia, el problema fue cuando surgió el amor. Mi amor por ella. Porque no fue ella quién se dio cuenta que me gustaba, sino su novio.

Y las cosas, a partir de ahí, no pudieron ir peor.








¿Opiniones?

Publicaré el siguiente cuando lleguemos a 100 visitas o así :D

NO SPOILERS

All The Ways I Have Lost YouWhere stories live. Discover now