『Capítulo 21』

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Los cuervos se disfrazan de ovejas... oh quizá nunca fueron una

Domingo por la tarde, día en que habíamos decidido retornar a nuestros hogares, la noche nos había caído en el transcurso del viaje debido a lo despacio que estaba conduciendo Jean, por el invierno. Este iría a aparcar frente a mi habitación para que descansara y pudiera iniciar clases con todas las fuerzas, pero nos detuvimos en la entrada de la universidad al notar algo extraño.

Todo mi edificio de clases se encontraba rodeado de cintas amarillas que decían peligro, las luces de las patrullas policiales nos daban directamente en los ojos mientras los médicos forenses iban saliendo del lugar con una camilla, en ella, un cuerpo cubierto con una bolsa plástica.

Mis manos empezaron a sudar en el momento en que aquella imagen apareció frente a mí. Mis ojos ardían mientras que Jean tenía la vista fija en la entrada, este también estaba en un estado de shock.

Él lo había hecho de nuevo —pensé.

Sin medir la consecuencia de mi acto, me bajé de manera abrupta del auto y debido a aquella acción, mi cuerpo golpeó con el duro y frío pavimento, todo a mi alrededor pasaba como en cámara lenta. Me levanté mientras las lágrimas empezaban a caer como río por mis mejillas, corrí y corrí sin mirar atrás, escuchaba la voz de Jean, gritando mi nombre para que me detuviera, pero no le hice caso.

Llegué hasta las cintas, pero no alcancé a cruzarlas ya que un oficial de policía me tomó por la espalda. Desde ahí tuve una mejor vista del cuerpo. Este olía mal, ya se estaba descomponiendo, así que tuvieron sumo cuidado a la hora de subirlo al auto de la morgue.

Di un grito ahogado y caí desplomada en el suelo. Jean, llegó hasta mi lado y me abrazó, mi garganta ardía y un nudo estaba atorado en ella. Mi mente solo pensaba en Ozana, no lo podía creer, él le había hecho daño y yo había contribuido.

Jean ingresó al edificio para hablar con un forense, al tiempo que el auto se alejaba del lugar dejándome ahí, sintiéndome tan miserable como siempre. Azrael llegó a mi mente, y al dar media vuelta lo vi. Se encontraba observándome con esa mirada indescifrable característica de él. Tan rápido como pude me levanté del suelo y empecé a trotar en su dirección. No podía interpretar en sus ojos lo que sentía mientras me acercaba, pero una cosa sí era clara, él no temía de mí.

Quedamos frente a frente y una sonrisa se formó en sus labios, mis ojos repasaron sus facciones, su forma de sonreír y su rostro. Ese hermoso rostro que impedía al mundo ver su verdadero yo, aunque sentía quizá eso no hubiera hecho la diferente, aun conociendo sus más profundos demonios, fue inevitable enamorarme.

La imagen fúnebre del cuerpo en aquella camilla llegó a mi mente, todo mi ser se llenó de ira y rencor. Lo empujé del pecho retando su hombría, quería que cayera, que se descontrolara, pero no lo hizo, él sabía a qué estaba jugando, siempre lo sabía.

—Eres un idiota, cómo pudiste hacerlo —grité. Sus manos atraparon las mías, una sensación de impotencia se apoderó de mi ser impulsandome a dar un fuerte jalón para liberarme de su agarre—. Eres un maldito monstruo —solté con hastío, una sonrisa casi imperceptible apareció en sus labios.

—Un monstruo que te encanta —respondió con superioridad—. Crees que no se la verdad —dio un paso hacia delante, quedó tan cerca de mí que podía sentir su aliento chocar con mi piel—. Te mueres por mí, Gia Becops.

—La asesinaste ¿acaso crees que me enamoraría de alguien tan repugnante como tú? —Hablé entre dientes.

Un chasquido se escuchó salir de sus labios. Él sabía que le mentía, sabía que era mi debilidad.

Personalidades fingidas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora