»De alguna manera vivimos en la cárcel del lenguaje —y agregó después de una pausa— y no podemos hacerlo de otra forma. Lo que necesitamos es alguien que salga por encima de la cárcel, por encima del laberinto y nos marque el camino a seguir.

Emma hizo un silencio y pulsó el botón que visualizaba la última imagen con un inmenso "Gracias por su atención", y agregó.

—Como se dice normalmente, necesitamos a alguien que piense fuera de la caja. En este caso, fuera del lenguaje. ¿Es acaso esto posible?¿Podrá hacerlo algún ser humano? ¿O necesitamos de la inteligencia artificial para que algún día sea realidad? ¡Vuestra generación tiene esa tarea!

Emma apagó el proyector con su mando a distancia y levantó la otra mano saludando.

—Gracias a todos por venir.

El auditorio aplaudió a rabiar y los asistentes se fueron poniendo de pie poco a poco.

Mientras Emma acomodaba sus papeles y saludaba a los alumnos que se acercaban a felicitarla, vio por el rabillo del ojo como se acercaba Fernando. Sus ojos terminaron por cruzarse y ambos intercambiaron sendas sonrisas en forma de saludo.

El aula magna siguió vaciándose poco a poco. Fernando se paró frente a Emma diciendo:

—¿Seguro que no te has planteado dejarnos para montar una gira como monologuista?

Emma se rió con ganas.

—No, que va. Lo mío está aquí. No te digo que no me gustaría. La adrenalina de hablar en público, las risas... No sé, tienen un magnetismo difícil de esquivar, pero... ¡No! ¡Aquí me quedo! Por cierto, ¿A qué debo la visita?

—No, no—dijo Fernando, negando también con un dedo—. No es una visita, es un secuestro. Una abducción. Vamos, nos esperan en la sala cuatro de la biblioteca.

—¿Que pasa? —preguntó Emma intrigada.

—Ya lo verás. Ya lo verás. ¡Te va a encantar!

—¡Venga! No me hagas ilusionar que me desilusiono con facilidad y el golpe es peor ¡Por favor, eh!

Fernando se mantuvo firme en su negativa y le señaló la salida con un brazo a modo de invitación.

La pareja cubrió la distancia entre el aula magna y la biblioteca charlando de forma animada e intercambiando besos y abrazos con cuanta persona se acercaba a saludarlos.

Faltaban menos de diez días para el comienzo de las clases y el aire de alegría y nerviosismo lo invadía todo.

Cuando Emma traspasó la puerta de la sala cuatro se encontró a un joven sentado leyendo un libro.

Este se levantó precipitadamente, pero con agilidad. Vestido de forma casual, con vaqueros y camisa, estuvo de pie en un solo salto.

—Este es Franco Reinhardt ¿Lo conoces? Lleva la cátedra de inteligencia artificial en la Facultad de Informática.

—Creo que nos hemos visto alguna vez en el comedor, pero no habíamos hablado nunca ¡Hola!—saludó Emma tendiendole la mano derecha

Franco se la estrechó mientras sonreía. Ya había pasado la época en que Emma consideraba a la gente "guapa o no" y hacía más de una década que el "me gusta o no me gusta" era su forma de calificar a las personas. Y eso valía para cualquier concepto, desde lo físico hasta lo espiritual.

—¿Qué pasa? ¿Ya no se estilan los 2 besos entre colegas? —preguntó Franco sin perder la sonrisa..

—Sí, claro. La próxima vez —contestó Emma respondiendo con otra igual— ¿Argentino? ¿Uruguayo?

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