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Las luces brillan en su máximo esplendor, cegándome por un momento mientras intento recuperar un recuerdo perdido entre la gente que me empuja y se ríe de la porquería que soy por amar a alguien a quien no debería: a un hombre inalcanzable y recién casado, pero en especial a un hombre.

Me voy, debo hacerlo, o quizá quiero hacerlo. Sin embargo, puedo quedarme un rato más si me ves con esas esmeraldas espectaculares, si guías mi camino entre la niebla. Préstame un poco de atención, por los viejos tiempos, por esta última noche, no pido más.

La música retumba en el salón, y marca el momento. Bailas con ella, haciendo volar su horrendo vestido blanco. La tomas como si su piel fuese de porcelana y giras y giras y giras; encajan tan perfecto, sin imperfecciones, al igual que un rompecabezas de casas con cielos soleados.

Mi cabeza está revuelta, creando imágenes de nosotros bailando en el centro, abrazándome y riendo con todos arremolinándose a bailar a nuestro alrededor con sus parejas, amantes, padres e hijos.

Acércate, por lo que más quieras, toma mi mano con esa delicadeza con la que tomas, esa delicadeza que te pertenece.

Invítame a bailar esa canción, hazla nuestra como lo hicimos con esa esquina junto al salón 8 y las mesas enfrente de los bebederos. Déjame descansar en tu hombro, resiste hasta que el llanto me ahogue, volvamos a esos ayeres donde éramos nosotros.

t r i s t e z a .Where stories live. Discover now