XI. Canuto

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Se suponía que tenía que buscar al imbécil de Black en el bosque prohibido, el genio no se le ocurrió mejor forma de pasar desapercibido de los dementores que estar en su forma animaga todo el tiempo e intentar ingresar a la sala común de Gryffindor de una manera tan obvia digna de él y su enorme ego.

Los pensamientos de Snape se arrastraban sobre el páramo al igual que su larga capa negra como un espectro entre la neblina y las hojas secas ocultas entre las piedras.

No me hacía ninguna ilusión el tener que volver a verlo pero sí pude soportar el estar encerrado como docente en hogwarts lleno de mocosos durante toda mi juventud recordando en cada esquina de cada maldito pasillo las malditas bromas de Potter, su mejor amigo faldero y la rata asquerosa; puedo aguantar la presencia de Black si eso significa que podré ver a la rata traidora siendo besada por un dementor... Hay prioridades en esta vida y si él es el nuevo culpable por la muerte de Lily voy a hacer que sufra en el séptimo infierno...no, el noveno es mejor y mucho más acorde pero siento pena por lucifer al tener que comerse algo tan asqueroso como Pettigrew.

La mirada de snape se ensombreció en una ira silenciosa.

Pero eso no pasará si no encuentro a Black primero, dejaré de lado el catálogo de infiernos a los cuales le recordaré en su lecho de muerte justo antes de partir —se regocijo Snape ante la idea —. Si soltamos a Pettigrew ante el ministerio acusándolo de lo obvio puede excusarse de múltiples formas ante el tribunal y para nuestra desgracia Black es el único testigo ocular de esa noche. Las memorias de ambos en un pensadero es primordial.

Snape soltó un suspiro cansado.

Ruego a Salazar slytherin por qué Potter lo encuentre primero, me ahorraría un sinfín de...

Un ruido de hojas secas y ramas siendo machacadas en la tierra húmeda distrajo la atención de Severus.

Esto debe ser una broma—me lamenté mientras me aproximaba al origen del sonido de pisadas rápidas en la hierba —. Sí es lo que pienso que es maldeciré a los cuatro vientos mi maldita suerte en la vida por enésima vez.

El sonido de aquellas pisadas fueron remitidas nuevamente a mi izquierda y el afán vicioso de una aproximación inminente retumba en mis oídos, se aproximaba a mí, pero entre tanta muchedumbre de árboles y plantas acumuladas por el salvajismo del bosque no lograba ubicar con mi visita al perro faldero de Black. El movimiento constante de las plantas más bajas en diferentes lugares con el afán de distraerme eran más que evidente, para mi desgracia estaba funcionando, saltaría en cualquier momento intentando defenderse de lo que obviamente según él yo vine a hacer... Borrarlo de esta faz de la tierra.

Hay que pensar rápido, ahora las cosas han cambiado y mi objetivo no es eliminarlo... Bueno al menos por ahora pero él no lo sabe, su bromita en hogwarts aún no la he olvidado y estoy seguro de que él tampoco—me forcé a mí mismo pensar aún más rápido—. Teniendo en cuenta lo que él está pensando lo más probable y predecible que Black puede hacer es...

Por atrás-pensó Snape de un golpe mientras se agachaba para evitar al enorme perro negro que saltaba intentando morder su cuello o apresarlo entre sus mandíbulas de manera sorpresiva.

El movimiento del animago fue evitado y el profesor de pociones aprovechó la pésima caída del animago para apresarlo entre sus brazos a punta de barita en su yugular. Las mordidas no se hicieron esperar, cada una fue evitada con maestría hasta que agotó la paciencia del profesor, este no encontró mejor solución eficaz que el lanzarlo contra las raíces enormes de un árbol y dejarlo acorralado sin dejar de apuntarle con su varita.

—Ya basta Black... Aplaca tus sentimientos salvajes por una vez—reprendió con severidad.

El perro respondió con un gruñido. Mostró sus dientes filosos en un intento de intimidación. Snape rodó los ojos en respuesta.

¡¿Draco es una sirena?! [Harco]Where stories live. Discover now