No tengo punto de comparación con la distinción que ella resuma. Incluso ahora sigue siendo una mujer de alta alcurnia. Con su cabello rubio semejante a pequeños hilos de oro. Admiro su pálida piel de porcelana o sus gruesos labios rojizos. Y si pudiera despertar, vería de nuevo el azul zafiro de sus pupilas.

Observo a Blair. Su dolor es palpable. Mueve un pequeño sentimiento en mí que impulsa querer abrazarla. Pero ella nos abandonó diez años atrás y otra persona ocupó su lugar en mi corazón. Ya no hay motivo para tener una relación con la mujer que me dio a luz. Hay alguien más a quien necesito por encima de todo. Y por mucho que la abrace, ella no despierta.

Agacho la cabeza y tomo una bocanada de aire cuando Blair es incapaz de contener su llanto al acariciar la gélida mano de su hija.
   
Tardamos demasiado tiempo en darnos cuenta de que ellos no se encontraban bien. El Zar era el único que tenía contacto con ella. Yo solo recibía mensajes de texto suyos si había una misión de la que tuviera que encargarme. Era entendible. No quise forzarlos a estar conmigo, pensaba que ambos necesitaban tiempo para sanar heridas.

Los meses pasaron sin incidencias perceptibles, hasta que Cole dejó de enviar y responder los mensajes de una semana a otra. Dejamos de tener noticias de ella, pese a que no existía forma de contactar con ella, su ausencia se notó también. Las cajas enormes llenas de regalos para Paige, enviadas cada semana sin falta, dejaron de llegar. No hubo más advertencias de castigos dirigidas a Madison por su mal comportamiento y nadie fue enviado en nombre de nuestra hermana para sacarla de la cárcel. 

En su lugar, ella se vio obligada a llamarme en busca de ayuda. La preocupación aumentaba por momentos. Travis no obtuvo ningún regalo por su cumpleaños y dejaron de llegar las cartas que ella me enviaba semanalmente.


Ninguno de ellos era fácil de encontrar. Hasta que un día, nos llamó al móvil de Travis. No dijo nada, solo escuchamos su respiración entrecortada y sus quejidos ahogados mientras le exigíamos, desesperados, saber dónde estaba. Seis meses después de aquella llamada, la encontramos en un hospital de la capital española. Desconocemos el tiempo que estuvo internada. Fue trasladada en más de una ocasión y sus registros se perdieron por el camino. Días después de que conociéramos su paradero, la policía nos llenó a interrogatorios individuales y suposiciones perversas.

Travis entra en la habitación, apagando un poco los gemidos ahogados que Blair emite al intentar dejar de llorar. Mi hermano pequeño no le dirige la palabra a Blair, en su lugar, le lanza una mirada cargada de resentimiento. Ha sido así desde niño. Él nunca la perdonará. Sus pasos no se escuchan resonar contra el suelo de la habitación, cierra la puerta con delicadeza detrás de él y se acerca hasta la cama, donde yace nuestra hermana, para darle un beso en la frente y desearle los buenos días en un suave susurro roto. Lo veo acariciar su mejilla con esa habitual expresión taciturna dibujada en su cara.

Travis no es diferente a mí, lleva una desgastada camiseta azul marino, pantalones tejanos de color oscuro, botas negras y su cabello rubio arena despeinado. En sus pupilas ha dejado de existir cualquier brillo que pudiera tener antes. La tristeza ha inundado cada parte de su ser.
Reparo en el colorido ramo de flores que lleva medio escondido. Hoy ha escogido rosas blancas. Nuestra hermana jamás nos dijo que le gustaran, ni siquiera mostró algún interés en las plantas a lo largo de los años que compartimos.

Travis cree que, si trae su ramo preferido algún día, si en algún momento llega a acertar, ella despertará por el deseo de querer olerlas. Él se toma su tiempo, cambia las flores de ayer y coloca las nuevas en el jarrón con mucha delicadeza y luego la contempla por unos minutos. La esperanza brilla en sus ojos para desvanecerse con el paso de los segundos. Ella no reacciona. Nunca lo hace.

Deseos Prohibidos ©Where stories live. Discover now