VII. Tili Tili Bom

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El tic tac del enorme y viejo reloj, perturbaba a los presentes. Parecía que llevaba años ahí, pero no, tan solo era cubierto por las cenizas de las veladoras al rededor del ataúd. Este era negro con detalles dorados, y estaba adornado con flores por todos lados. Su peculiar aroma, les mantenía a todos tranquilos.

El frío viento, entró por las ventanas y las puertas cuando se abrieron de par en par de golpe. La piel de los presentes se erizó por completo. En la entrada principal, una mujer vestida de negro, cuyo rostro era desconocido gracias el velo que llevaba puesto, entró al lugar, justo a donde estaba el ataúd. Llevaba en sus manos, rosas blancas y negras, que parecía que de ellas escurría sangre.

Las personas en el lugar, se levantaron rápidamente para escapar de ser necesario. Pues aquella mujer, había sacado, lo que parecía ser un cuchillo. Dejó las flores en la madera que cubría la mitad del cajón y se dispuso a marcar en un costado, un nombre.

Terminando de hacer el trazo, se quitó el velo que cubría su rostro, era Isabelle. Un proveniente grito de una de las esquinas de la habitación, les alertó. La niña que llamó la atención de todos, señaló la pared con su mano, era un nombre escrito con sangre.

Annie Becker

La pequeña se abrió paso entre las personas a paso lento, hasta llegar al ataúd. Una vez ahí, tocó con la zurda las líneas antes marcadas y con la diestra, el frío cristal. Volteó a ver el trazo, encontrando que era el mismo nombre que estaba en la pared, y al regresar la vista al cristal, encontró que bajo este, yacía Annie Becker. Ahí, la pequeña pelirroja, despertó.

Sentía un frío inmenso, y en ciertos lapsos su piel se erizaba. Entre abrió los labios, mientras observaba algunas partes del lugar en el que ahora estaba. No había luz solar, no había nada más que una cámara en una orilla hasta arriba y una lámpara que ni siquiera encendía del todo esa habitación.

Esta vez era diferente para ella, pues no estaba atada a nada, solo estaba acostada en algo suave, suponía era un colchón. Removió su pequeño cuerpo para poder levantarse y estando de pie, sacudió su bata, como si estuviese llena de polvo. Sus brazos estaban vendados al igual que sus piernas, no había forma alguna de que se hiciese daño estando ahí.

Caminó hasta más o menos quedar a la toma perfecta del lente. Observaba con total cuidado y entre más tiempo pasaba, lo único que cambiaba en el interior de esa cámara, era un foco rojo; todo indicaba que la estaban observando. Bajó momentáneamente la vista a la pared del frente moviendo de lado a lado la cabeza, como si recordase algo que le impedía reaccionar.

— ¿Es ella verdad? — cuestionaba entre murmullos una pequeña de cabellos castaños y ojos cafés

— Sí, dicen que mató a unas niñas con fuego — respondió una niña que estaba a su lado, esta era morena con un bonito cabello rizado y alborotado

— Ni siquiera hay que verla, si eso le hizo a otras niñas, a nosotras nos puede ir peor — habló la tercer pequeña, que tomó a sus amigas por los hombros para avanzar en aquel pasillo

Annie era una niña inocente, pero no estúpida. Sabía perfectamente que el inicio no sería fácil por segunda ocasión y lo entendía. Cabizbaja caminó hasta donde sería su salón de clase, al menos, pensaba que estando ahí podría protegerse tras una mesa banco de todos los niños, que posiblemente habían escuchado de ella. No miró a nadie al entrar, se sentía incómoda y de alguna forma, sola.

— Bueno mis niños, hoy tenemos una nueva integrante y saben bien que hay que darle la bienvenida — una mujer de estatura media, morena y de grandes gafas, era la dueña de esa voz —. Annie por favor, cuéntanos de ti, lo que te gusta hacer — le cedió la palabra a la menor, quien al darse cuenta de que hablaba a ella, levantó la mirada

AgoníaWhere stories live. Discover now