Jade

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Las baterias de la linterna estaban por agotarse en cualquier momento. El viento soplaba y la lluvia caia con fuerza allá afuera. Una ventana se empañaba debido al calor que irradiaba Jade, que contrastaba perfectamente con los calosfríos que mis manos sentían. Había unos diez grados centígrados en la tormenta, con una sensación quizás de cinco. El día parecía tranquilo hasta antes del repentino cambio que envolvió los alrededores de este edificio. La luz se había cortado, y nos manteníamos entre las sombras, pero en la comodidad de su departamento. Por supuesto, el agua caliente salia por la regadera y el gas de la estufa calentaba su café. No era un día especial para festejar algo, pero no era tan común y corriente como para solo envolverse en las sabanas y esperar a que pasara todo.

No, Jade no era así. Ella no desperdiciaría un ambiente como este, mucho menos hoy. No quise interrumpir sus pensamientos, así que mantuve mi boca cerrada. Me limite a observarla con la mirada, en silencio y sin juzgar sus movimientos.
Durante los primeros veinte minutos de la tormenta, ella se movió de un lado a otro buscando un par de sabanas para llevarlas a la sala. Se quito la blusa dándome la espalda y se vistió con mi sudadera de God Level. Llevo sus manos dentro de las mangas de esta, y se sentó a un lado mío sin decir una sola palabra. Los siguientes diez o doce minutos estuvo silbando canciones, de una forma muy lenta y agradable, aunque estuviese silbando canciones de películas de terror, de esas que le encantan. A partir de la primera hora sin luz, Jade empezó a observar por la ventana como las copas de los arboles eran bruscamente movidas por el rugir de las corrientes de aire. Con los últimos minutos de un muy tenue sol, alcanzo a vislumbrar como el agua inundaba las aceras, como el cielo se estaba pintando en escalas de tonos grises. Los audifonos en su cabeza reproducían el Ave Maria, interpretada por Giannluca Ginoble, Piero Barone e Ingazio Boschetto, la hacían estremece y arrullarse con el paisaje que Gaia le habría regalado esta tarde.

Muy dentro de mí, aun sin conocer absolutamente nada de su vida, Jade me parecía angelical. Los rasgos de su rostro eran bellísimos, como si hubiesen sido pintados por Boticelli. Su voz era un violín afinado de Chopin y el color de su piel era lunar. Sus ojos eran dagas afiladas y su cabello era oscuro, como el infinito de la galaxia. Sin duda era una criatura angelical… al igual que Lucifer.

Este pensamiento que cruzaba por mi cabeza llego al mismo tiempo que las primeras notas de Tartini entraban por sus oídos y la posesión de su alma comenzaba.  Se levanto súbitamente del sillón que estaba de espaldas a la ventana, y comenzó a moverse a su propio ritmo, siguiendo las notas altas y las sostenidas por las violas.  ¡Ah Jade! Dándome la razón una vez más.

Carecía de alas, pero flotaba en la habitación con gracia y delicadeza. Sus manos se movían como cisnes en el agua, mientras sus brazos se encargaban de darle forma a su expresión. La calma, la belleza, la imprudencia y el libertinaje que Jade mostraba era impresionante. Sus piernas la hacían bailar como si se encontrase en aquella muy extraña epidemia de baile de 1518. Como si Luzbel, realizando un experimento macabro y entretenido, hubiese obligado a aquellos pobladores de Estrasburgo a morir bailando, entre alcohol, olor a sexo, sudor, lagrimas y arrepentimiento. El movimiento de Jade exploto, y su falda hacia remolinos perfectos, mientras giraba sobre si misma. Yo estaba maravillado, pasmado, sentado ahí, delante de ella, admirando su vanidad y el vacío de su alma.

Pobre Jade, estaba condenada. Condenada a pasar el resto de su vida cargando enormes piedras en su bolsa, al mundo en su espalda, y el peso del alma sobre sus ojeras. El cansancio, la dulce pena, la desidia, la colera y el orgullo eran factores que nunca tome en cuenta de ella. Su fanatismo por los artistas de la carne humada (ficticios y reales), sus fetiches con mascaras, sangre, incisiones y de más. La paz que envolvía su piel era increíble, pues nunca se le notaba la putrefacción que cargaba dentro de si misma. Era como si Dorian Grey le hubiese dado el numero de Basil Hokam Hallward, pues el trato con Belcebú ya venia incluido de antemano.

Pese a todo, sigo pensando que Jade no es una mala persona. No, mi Jade no podría serlo. No la culpo, ni siento lastima por ella. No siento amor por su ser, ni desprecio por su alma tan corrompida y putrefacta. Las cosas pasaron como tenían que pasar.
Ella siente el calor de un oscuro dia de invierno que esta llegando a su fin, y yo solo puedo sentir como mis brazos se van entumiendo, hasta mis mejillas. Mis piernas no me responden, el tambor de mi pecho se ha vuelto sordo, las ultimas gotas de sangre se han secado. Mi cuerpo sigue colgado dentro de su armario, con extremidades cercenadas y mi rostro desfigurado. No deseo obvservarlo mas. No es necesario volver a pasar por todo ese dolor otra vez.
Ahora, solo quiero admirar la belleza de sus movimientos, el color de sus labios y recordar el sonido de sus orgasmos. Quiero pasar un rato mas aquí, antes de que mi cuerpo termine por enfriarse y mi alma termine de hacer la transición, hacia lo que sea que siga. Si por mi fuera, me quedaría acá, acechado su sombra y escuchando el sonido placentero de sus manos rodeando su pecho, mientras un escalofrío le recorre entera y un grito ahogado en sangre se desvanece en el inmenso silencio del lugar.

Afortunados sean quienes bailen al filo de sus navajas.

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⏰ Last updated: Jul 03, 2019 ⏰

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