—A veces siento que somos como aquel punto blanco —habló señalando una pequeña luz que se veía al fondo, parecía ser una casa de campo—. Algo insignificante para el universo.

Era la primera vez que tenía a un Azrael diferente frente a mí, sus muros de «aléjate, apestas» parecían haber desaparecido, tanto, que su aura ahora era más relajada.

—¿Eso hemos sido siempre para ti, un insignificante punto blanco? —pregunté. Él solo sonrió mientras negaba con la cabeza, su sonrisa era hermosa—. No lo veo justo.

—Creo que lo es, los seres humanos no somos el mejor ejemplo de vida.

—¿Por qué lo dices?

—Esa es nuestra naturaleza —inquirió posando sus ojos en mí—. Destruimos a otros para no colapsar con nuestra propia maldición. Gia, dañar a las demás personas nos da vida —Corto sin más, dejándome sin palabras.

Parecía absorto en sus pensamientos. Aquella versión de él me estaba sorprendiendo, calmado, atento y dulce, me gustaría que se mantuviera así por siempre.

—Azrael —llamé su atención—. ¿Por qué lo haces?

—¿Despreciar a la humanidad? —Bromeó

—Confundirme. Hacer que tus acciones me griten soy un maldito psicópata al tiempo que tus palabras susurran un esto es lo mejor que tengo, por favor no te vayas —expliqué calmada.

—Es inevitable, hay cosas que no se pueden controlar —me sorprendió que no se negara a responder o a asumir que tenía un carácter contradictorio.

Sus oscuros y hermosos ojos seguían clavados en mí, por primera vez en toda mi vida pude ver el dolor en ellos. Pronto su mirada volvió a caer en los árboles.

—Si, claro que puedes.

—No sabes lo que dices. No es tan fácil.

—Lo es, solo te alejas de aquello que te consume y ya está —presioné sin más.

—Si fuera así de fácil ya te hubieras alejado de Jean —añadió sorprendiéndome.

—¿Qué? —inquirí algo agobiada por sus palabras.

—Él no es bueno para ti, tú eres luz.

—Y que ¿él es oscuridad? —indagué burlona, como si aquello fuera ridículo. Azrael pareció sorprenderse, pero trató de disimularlo.

—No —dijo tajante—. Hasta la oscuridad es cegadora para alguien que carece de luz —No podía apartar mis ojos de su piel, de verdad se había transformado en alguien irreconocible. Sin embargo, no dejaría que desviara el tema.

—¿Por qué siempre haces esto? —estaba comenzando a temblar, no sabía si de rabia o de frío, ya no las identificaba.

—¿Hacer qué? —su voz sonó exasperada.

—Meter a Jean en nuestras conversaciones. Ahora estamos hablando de ti y de tu bienestar.

—Intento protegerte —respondió, y aunque sus palabras sonaron dulces, su voz se escuchó lejana.

—Si, ¿pero quién te protege a ti? —contraataqué.

—Gia, no necesito protección y no quiero hacerte mas daño.

—No lo harás, nunca lo has hecho —Susurré.

Sus ojos repararon mi rostro mientras sus facciones se suavizaban. Mi extraño pero dulce acompañante giró su cuerpo lentamente hacia mí para poder tenerme frente a él, yo solo imité su acción. Luego, sus manos subieron a mis mejillas y el impulso de frotar mi rostro en ellas se hizo presente, cerré mis ojos tratando de disfrutar el momento.

Desde el primer día que lo vi ahí observándome indescifrablemente, algo en él llamó mi atención, quería conocerlo más pero no tenía el valor de acercarme, su imponencia me hacía sentir diminuta. Por mucho tiempo me contuve, pero no lo haría más, me liberaría para ser valiente y poder tomar lo que creía, me hacía sentir bien.

Sin duda alguna lo gritaría a los mil vientos, tan alto que toda la Ucla lo escucharía. No me reprimiría por lo que pensara Jean, o por las advertencias sin fundamentos de Jessica, tampoco dejaría que Ozana me impida ser feliz, ella ya había dudado de mí y eso demostraba que quizás nunca fue mi amiga.

Admito que soy un poco testaruda y que cuando me entrego a algo lucho por mantenerlo, pues, cuando de pensar con el corazón se trataba yo era una prodigio y eso ocasionaba que siempre saliera perdiendo aquellas batallas. Porque si, era fuerte para sostenerme en lo más alto de una colina helada, pero mis piernas temblaban cuando lo veía cruzar frente a mí.

Tan pronto como ubicaba mis pensamientos, su rostro se juntó con el mío, su fría respiración caía sobre mi piel y se sentía tan jodidamente bien que no podía quejarme.

—Te voy a hacer daño Gia —su voz hizo eco en mis oídos como un susurro—. Estoy más jodido que el puto infierno.

—Creo que eres muy egoísta. Hay cosas que veo en ti que ni tú ves —dije impulsivamente.

—No creas todo lo que tus ojos observan, pequeña.

—No creo lo que veo, creo lo que necesito. Te necesito en mi vida.

Por mucho que lo ocultara, el calor que emanaba su cuerpo era tan relajante que me hacía sentir acogedor este clima del demonio. Pasamos a mirarnos fijamente a los ojos sin articular palabra, Una sonrisa cómplice salió de mis labios ocasionando que él hiciera lo mismo.

Fue entonces que pude percibirlo, así era cómo se sentía querer a alguien con cada célula de tu cuerpo aun conociendo sus peores facetas.

Personalidades fingidas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora