3. Un aullido en la multitud.

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Cally miraba a su hermana con los ojos inyectados en sangre. Estaba llorando. Aquello significaba mucho para ella, pero no para Meda. Corriendo, se metió en el interior de la gran casa, mientras su hermana pequeña se quedaba en aquel lugar, con el corazón en un puño. Odiaba ver a Cally disgustada.

Admiraba su pasión pero Meda no quería luchar. 

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Aquel lunes fue como cualquier otro. Se acercaba la Navidad, así que el frío obligaba a los jóvenes a cubrirse hasta las orejas ante la amenaza de una tormenta de nieve. En la entrada del instituto, Meda se sentó en uno de los escalones que daban al gran portón esperando por Sam, su mejor amigo. Llegaba tarde, y como tardase unos minutos más, la haría llegar tarde a ella también.

Afortunadamente, y antes de que pudiese mandarle un mensaje para preguntarle dónde estaba, el chico apareció con una gran sonrisa dibujada en su rostro. Sam tenía el cabello rizado y rebelde, unos ojos pequeños y verdes un tanto rasgados y unas grandes gafas de pasta negras. Meda arqueó una ceja, levantándose para chocar su mano con la del muchacho.

—¿Llevas hoy las gafas? Pensaba que te negabas.

—Y lo hacía, pero ser un topo no es fácil.

—¿Con cuántas farolas te has chocado ya?

—Con dos. ¡Por cierto! ¿Te has pensado lo de ir a la manifestación del Orgullo juntos?

—Sí, y paso. No sé ni cómo identificarme aún.

Las clases pasaron lentas y corrientes. Los profesores seguían sin esforzarse demasiado en su trabajo, los alumnos tampoco hacían lo suyo. Y Meda sentía un miedo atroz a encontrarse con Tina en algún momento. Después de todo, iban al mismo curso, aunque estuviesen en distintas clases. Sam notó esto y en cuanto pudo apartó a Meda del resto del tumulto que suponía el instituto, retirándola al baño de las chicas durante el recreo.

—Meda, suéltalo. ¿Qué pasó tan fuerte con Tina como para que estés así?

—¿Quién te ha dicho que estoy mal por eso? Corté con ella y punto.

—Andrómeda, nos conocemos desde que tenemos cuatro años. Se hasta cuándo tienes la regla.

Meda hinchó los carrillos de aire para después soltar el aire pesadamente. Sam no tenía ni idea de su licantropía, pero sabía que no podía contárselo: después de todo, le rechazaría y se alejaría de ella para no volver a dirigirse ni una mirada.

Tal y como había pasado con Tina.

Pero Meda no era la única que estaba inquieta en aquel baño. Sam llevaba una semana mirando a todos lados antes de pasar por cualquier sitio, como si sintiese que alguien o algo le estaba persiguiendo. Y había coincidido con su salida del armario.

Meda podía oler el miedo, estaba en su naturaleza. Por ello no dudó en cambiar de tema para preguntar qué era aquello que tanto le preocupaba al muchacho. Este miró a todos lados, sudoroso y preocupado, como si hubiese tocado un tema del que no quería hablar ni aunque le pagasen.

Y fue entonces cuando Meda supo que algo iba mal.

—¿Qué te han hecho?

—¿Quiénes?

—Quien sea, Sam. Te han hecho algo. Han sido los chicos esos con los que hablabas el viernes pasado, ¿verdad? Te estaban diciendo algo malo, seguro.

—¿Y tú cómo lo sabes?

No podía explicarlo. Simplemente lo sabía. ¿Y cómo iba a explicarle que sus instintos sobrenaturales podían decirle hasta lo que había desayunado aquella mañana?

Amor, Identidad y MonstruosWhere stories live. Discover now