Ceder a la carne

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El cielo se teñía con los colores del atardecer mientras el sol se ocultaba en el horizonte. Escondiéndose más allá de las aguas del pequeño lago que ahora reflejaba el rojo intenso del cielo que le cubría.

Los sonidos de las aves viajaban por el aire, mezclándose con los suaves suspiros de ambos amantes que yacían sobre los verdes pastos del parque.

Empezó con un suave y tierno beso por parte de la joven, ella posando sus manos en las mejillas de su amado y éste, abrazándola por la cintura, atrayéndola hacia él.

El beso se volvía cada vez más demandante, dejándolos sin aliento.

El joven realizaba un recorrido con sus manos por la espina dorsal de su compañera mientras bajaba los besos hasta su cuello.

La chica suspiraba y gemía en una mezcla de excitación e incomodidad.

Fue cuando su amado buscó su autorización para tocar bajo su blusa que ella intentó parar.

-Para... por favor, detente...-pidió con la respiración entrecortada.

-¿Hay algún problema?-preguntó el muchacho con genuino interés.

-No puedo hacer esto.

-¿No puedes? ¿O no quieres?

-No entiendes, si empiezo ahora temo que no podré detenerme.

-Sólo tienes que dejarte llevar por el momento.

-¡No puedo hacer eso!-exclamó con vergüenza- ¡Hay gente aquí! Van a mirarme raro.

-Ni siquiera debería importarte. No debería importarte lo que piensen de ti.

-Es que cuando comience no podrás pararme.

-No es como si quisiera hacerlo-contestó sonriendo de forma lasciva-. Son instintos, preciosa. Todos ceden en algún momento.

La chica se lo pensó pero accedió finalmente.

La gente que pasaba se alejaba despejando el área al ver a los jóvenes dándose caricias entre besuqueos.

Ella bajó sus besos hasta el cuello del muchacho mientras abría lentamente los botones de su camisa.

El chico suspiró al sentir los labios de su amada en su cuello. Pero el suspiro se convirtió en un quejido de sorpresa al sentir algo afilado hundiéndose lentamente en su piel.

La sangre, caliente bajaba por su pecho mientras sentía aquellos dientes ajenos salir de una forma dolorosa para luego adherirse nuevamente a él y esta vez, tirando de su carne haciéndola jirones.

-¡Para! ¡Por favor!

La sangre salía a borbotones, acelerando la excitación de su compañera, la cual continuaba enterrando sus colmillos en lo que antes era la yugular, mientras buscaba abrir el abdomen con sus manos.

Unas garras como cuchillas separaron la piel del abdomen, dejando al descubierto una parte de las entrañas del chico.

Sus lloriqueos y gritos de dolor se apagaban entre sonidos de asfixia por la hemorragia en su cuello.

La chica, cual bestia, se alimentaba, masticando y tragando la tierna piel que antes cubría las entrañas del joven. Disfrutaba ella del dulce aroma del muchacho que ahora la miraba con horror.

Separaba los tendones y los nervios como la princesa que separa sus guisantes.

Gemía y suspiraba en un placentero éxtasis mientras la respiración de su amado se volvía indetectable.

Continuaba ella su labor mientras el atardecer mostraba sus más hermosos colores y las aguas se teñían de rojo carmesí.

Pero no reflejaban nada, se teñían del dolor de los que ceden a la carne.
Se teñían de sangre...

Escritos de una pesadillaWhere stories live. Discover now