Ayeres Lejanos de una Adolescente

12 0 1
                                    

Una, dos, tres, cuatro, cincuenta, cien, doscientas...

Tantas cartas te he escrito que leerlas todas significaría pudrirme en mi lecho, por tantos años, tantos como lo he estado haciendo desde que escribí la primera. 

Aún después de tu gran desinterés, no existe un rencor contra ti, no puedo ni siquiera considerarlo, no existe tal desdén que me pudra hasta formar miasma en el alma. Solamente me queda pagarte con la misma moneda después de tantos años transcurridos con la misma decadencia, ¿no crees, padre?

Tu partida se convertirá en un simple viento del este que corre hasta desvanecerse, porque así debió ser desde el principio, porque nunca debí revivir con cada hoja los ayeres lejanos de los cuales me volví prisionera.

No debí esconderme detrás del umbral de la puerta cuando a largas horas de la noche te escuché pelear con mamá, maldiciéndola hasta al cansancio; esa noche no te reconocí, tu voz era como una potente bala de cañón, firme, impactante y dolorosa; tus expresiones se deformaron en una mueca de enojo puro y mientras me encontraba atrapada en mi estupefacción, tu potente grito me sacó de mi hipnosis con aquellas palabras que nunca debí escuchar: "No quiero volver a verte".

Palabras curiosas que desde que fueron pronunciadas no me alegraban, pero que aún era muy joven para entender, después de todo, éramos una familia muy feliz, ¿cierto?

Una semana después, cuando por más que buscara, no te encontraba en la casa y mamá lloraba muy temprano por las mañanas y muy tarde por las noches, lo comprendí; entonces me uní al pesar de mi madre, llorando abrazada a ella durante todas las noches de todas las semanas de todos los meses hasta mis cinco años.

¿Cómo pudiste destrozar tanto a las dos mujeres que más amabas?

Esa pregunta me acechó durante meses hasta que un día, mientras ayudaba a mi abuela a limpiar las repisas polvorientas y descuidadas que no había tocado durante meses desde que partiste, encontré una caja metálica de cigarros que conservo hasta el día de hoy: parecía un cofre dorado y lo más vistoso era el nombre Raleigh en un color café opaco, recuerdo que apenas lo abrí, el contenido salió de inmediato, habías guardado tantas cosas ahí que considero habías utilizado un hechizo para mantenerlo cerrado.

Al principio, sentía mis manos temblar y el sudor frío caer por mi frente, todo parecía desvanecerse a mi alrededor; sabía que ese cofre era tuyo y no estaba segura si quería abrirlo, así que miré a mi abuela, quien con una sonrisa amable y pequeñas lágrimas escapando de sus ojos, tomó mi mano con fuerza y dijo: "Es tu única oportunidad para saber la verdad"

Y era verdad, ella tenía razón, por eso agradezco haberlo abierto esa vez.

Tomé el pequeño peluche de tigre y lo abracé,  aún podía percibir el aroma de tu colonia en él, hoy en día no lo recuerdo; también tomé los carritos de carrera que estaban al fondo de la caja y no pude evitar llorar entre risas, recuerdo muy bien que había pedido esos carritos para Navidad, pero mamá se negó terminantemente, alegando que no eran juguetes para una señorita, y por último, tomé la pequeña hoja de papel que se encontraba hasta al fondo y la leí.

"He cometido muchos errores de los cuales tuve que escapar, pero esto no será siempre así.

Te amé, te amé y te perdí, pero volveré a ti.

Con el más grande amor, papá"

Era demasiado joven, pero aún así lo entendí, sólo me quedaba esperar, ni las adversidades ni el tiempo me quitarían la ilusión de llamarte papá solamente a ti, así que comencé a actuar contra la tormenta que se formó en mi vida: mamá se deprimió tanto, tratando de buscar culpables donde no los había, que prefirió escapar para pensar, así fue como terminé en un orfanato del que mis abuelos rápidamente me sacaron; cuando mamá volvió a casa había cambiado, ella perdió todas las esperanzas, se le fue la vida entre los dedos y prontamente la confinó a la amarga vida que llevaba, de la cual se negó a salir hasta hace unos años cuando conoció a otro hombre, él es amable y carismático, me cae bien.

Hace unos años, mamá y este hombre me ofrecieron mudarme con ellos a otro Estado, pero me negué, ¿sabes por qué? Porque te estaba esperando, porque pensé que diez años eran suficientes para ti como para volver, pero puedo notar que no es así.

Dejé que mamá me arrastrara a un orfanato, permití que me humillaran en el colegio por ser "huérfana", inclusive soporte la lástima mal disimulada de la mirada ajena y todo por el pensamiento infantil de un reencuentro contigo, reencuentro que a lo largo de los años mi mente ha fragmentado tanto que parece solamente un pensamiento lejano entre tanta niebla.

Te amé, te amé y ahora te dejo ir, porque ahora he entendido algo nuevo: Todo lo que soy no es por ti, pero no eres menos importante en mi vida, te acredito todo mi pesar, porque fuiste la causa de la mayoría de mis infortunios, porque te esperé tanto, escribiendo tantas cartas que terminaban regresando a mis manos con el sello de No entregado.

Te di todo de mí: mis lágrimas, mi alma, mi corazón y mi esfuerzo.

Pero puedo ver que eso no te importó, me condenaste a una infancia  llena de deseos imposibles en donde la meta eras tú y ahora renuncio a ello, porque no lo merezco.

Así que por fin me doy el lujo de tirar la caja donde guardaba todas las cartas que te escribí, ya sabiendo que no las leerás, pero conservaré al peluche que encontré en el cofre, solamente para mantenerlo como la gran medalla que en letras mayúsculas dice: Superación.

Tú me perdiste, yo te he dejado ir.


















You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jun 13, 2019 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

I loved, I loved, I lost youWhere stories live. Discover now