—Sí —afirmé—. Se que no te puedo exigir más de lo que estás haciendo y no puedo pedirte que no mantengas una relación con quien te plazca a pesar de que estemos casados, porque sé que no tengo ningún derecho a...

—Para —contestó de pronto Celeste colocando sus dedos sobre mis labios y frenando así mi discurso. Era cierto que no podía exigirle nada, demasiado daño ya le había provocado trayéndola a palacio y arrancándola de su vida cotidiana, pero que Dios se apiadara de mi si no la deseaba solo y exclusivamente para mi, aunque fuera consciente de que no podía hacer nada si ella no lo deseaba del mismo modo—. Te he sido fiel hasta ahora y lo seguiré siendo mientras estemos casados. Es lo que tú me aseguraste qué harías conmigo y es lo más correcto.

En aquel momento sentí una especie de liberación innata, como si algo dentro de mi interior hubiera explotado revelándose ante aquellas palabras.

—¿Solos tú y yo? —gemí en una exclamación que no deseaba que fuera una pregunta, sino una afirmación.

—Dicen que tres son multitud.

Su sonrisa era cómplice y supe con certeza que verdaderamente ella debía ser única en su especie. Ni tan siquiera se había molestado porque corrieran rumores falsos sobre ella, al igual que tampoco lo había hecho el trato con el que mi madre la obsequiaba. Muy al contrario, Celeste casi parecía apenada porque los hechos en lugar de ofenderse.

Sonreí al ser consciente de que ella debía ser un regalo, una respuesta a mis plegarias y me acerqué peligrosamente a ella hasta que la tuve tan cerca que deseaba perderme entre sus labios.

—Nunca me han gustado las multitudes —afirmé rozándolos y noté que ella abría su boca para degustar de ese modo su sabor, por lo que me perdí entre aquel mar de deleite apresando con fuerza aquellos carnosos labios dejándome arrastrar por esa corriente eléctrica que ella me provocaba.

—Antes de que se me olvide —mencionó apartándose levemente y observé la rojez de sus labios, haciendo que la deseara con más fervor si eso era posible—. Dietrich me confesó mientras bailábamos que fue Anabelle quien le pidió que me diera clases. Al parecer le debía un favor y aceptó —confesó y eso me hizo entender la situación. Con razón la propia Anabelle había inventado aquella ficticia relación entre mi primo y Celeste—. No sé sus razones, pero las intuyo.

—Debí imaginarlo... —admití y me llevé una mano a la cabeza razonando todos los hechos tal y como habían pasado.

Sabía que las intenciones de Anabelle era que volviera a fijar mi vista en ella y más aún cuando a su modo de ver las cosas, deseaba casi tanto aquel matrimonio entre ambos como mi propia madre, es más, estaba seguro de que había sido la reina quien le había llenado la cabeza sobre el final de aquella supuesta historia que ni siquiera había iniciado, por lo que en el fondo, casi no la culpaba del todo, sino más a mi propia madre por hacerla creer que algún día sería reina.

—Deduzco que fue ella quien habló sobre ese rumor entre Dietrich y yo —advirtió ante mi evidente silencio.

—Si —confesé—. Incluso afirmó que habías pasado la noche con él —admití sabiendo que nada de aquello podía haber ocurrido, sino que más bien era lo que la propia Anabelle deseaba que ocurriese. Alcé la vista y vi que el rostro Celeste parecía contrariado, como si aquella afirmación que pesaba sobre ella fuera impensable—. Creo que hay algo que es evidente y que no puedo ocultar aunque quisiera. Supongo que, si alguien tiene la culpa por las reacciones que eso genere y que a ti te afecten en consecuencia, soy yo —añadí sabiendo que después de todo, era solamente mi culpa esa situación.

—¿A qué te refieres? —preguntó algo confusa.

Era el momento, le había dado mil vueltas a la forma en la que debía confesar aquello y bajo ningún concepto pensé que lo diría de esa forma o en tales circunstancias, pero quizá si ella lo sabía, no habría dudas al respecto.

—Me gustas Celeste. Me vuelves completamente loco —admití mirándola fijamente a los ojos sin perder detalle alguno del brillo que estos emitían.

«Por no decir que me tienes completamente obnubilado, cegado y endiabladamente enamorado» me faltó añadir.

Por un momento no supe que respondería o si finalmente lo haría, pero para nada había esperado aquella respuesta.

—¿Pero loco de psiquiátrico?

—¿Pero loco de psiquiátrico?

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El Príncipe Perfecto Where stories live. Discover now