Melodied.

dos.

Flores.

Flores y más flores.

Un campo repleto de flores blancas hermoseaban el que en ese entonces, parecía ser un solitario lugar. Habían diversas clases de flores, sin embargo, todas mantenían el mismo tono blanquecino.

Pureza». Aquella palabra era perfecta para describir el lugar en donde se encontraba Florence. Armónico. De belleza Celestial». Eran otros adjetivos perfectos.

Florence se miró a sí misma. Su vestido rosa pálido hacía juego con el paisaje, y sus trenzas rojas contrastaban con el mismo. Sus ojos, tan intensos como las plantas que pisaba, no podían dejar de asombrarse ante la maravilla que estos apreciaban. Sin duda, era un lugar asombroso.

Fisgoneó entre sus pertenencias, en busca de su cámara. Sin duda, ese era un lugar digno de que su hermano menor lo viera. De hecho, era digno de admiración mundial. Ya se imaginaba la cara de Seth al ver las fotografías. También se imaginaba allí, juntos en ese lugar celestial.

Se preguntaba el por qué estaba allí sola. No recordaba haberse bajado del tren, o que los otros pasajeros hiciesen lo mismo. Tampoco recordaba que Pabelle le haya mencionado acerca de ese lugar, por lo que no tardó mucho en deducir que estaba soñando.

Florence sonrió, como nunca lo había hecho. Danzaba y se deleitaba en el contacto con las suaves flores. Así también, aspiraba su aroma, sin temor alguno ante los insectos que estas pudiesen tener. Sin duda, era el sueño más hermoso que había tenido en su vida. Todos los sueños que su cerebro podía recordar, eran pesadillas en las que su hermano menor sufría o moría.

La calmada respiración de Florence se volvió un completo desastre. Su entusiasta semblante se convirtió en la perfecta definición de una expresión horrorizada. Siendo tragada por sus inquietos pensamientos, no cayó en cuenta de que el ambiente había cambiado por completo. Lo que segundos atrás era un paisaje lleno de blancura, pureza y armonía, se convirtió en algo fúnebre y aterrador.

El campo blanco se transformó en rojo carmesí. Cada flor fue manchada por gotas de un líquido rojo que parecía no tener compasión de estas. El sol que iluminaba el lugar con sus rayos radiantes y cálidos, parecía lanzar sangre con sus rayos color carmesí.

Sangre.

El dulce aroma a flores era sólo un lejano recuerdo en su memoria. Todo a su alrededor apestaba a lo que parecía ser sangre. Miraba frenéticamente a todos lados, y no encontraba una sola flor blanca. Todo a su alrededor había sido manchado.

Corría, daba vueltas, tocaba su rostro con desesperación, gritaba, repetía sus acciones una y otra vez. Y ni aún así, parecía encontrar una solución o salida a lo que estaba enfrentando. Todo lo que su vista alcanzaba ver, eran campos lleno de flores que parecían llorar sangre.

Gritó de frustración al correr durante varios minutos, y darse cuenta que el horizonte no poseía otro color más que aquél rojo sangriento. Se horrorizó al notar que su vestido nuevamente hacía juego con el paisaje.

Aún así, eso no la detuvo. Continuó corriendo y mirando con desesperación a su alrededor, en busca de alguna señal de esperanza. Pero no había nada. Se encontraba completamente sola, o al menos eso era lo que ella creía.

▪ ▪ ▪

Después de horas de caminata, sintió que sus pies le rogaban por un descanso. Se recostó sobre un viejo árbol, y se tomó unos minutos para apreciar el lugar.

El denso bosque al que se había sumido varios kilómetros atrás, irradiaba tranquilidad y misterio. Si bien se sentía tranquila después de haber cruzado aquella pradera sangrienta, la excesiva paz del bosque le causaba pánico. Después de lo que había vivido, aquello parecía demasiado bueno para ser real. Sentía que en cualquier momento todo se tornaría nuevamente aterrador. Y el silencio absoluto del lugar le provocaba una gran desesperación. Tanto era el silencio que el único sonido que ella lograba escuchar era el de su acelerada respiración. No había ruidos de plantas danzando, ni mucho menos de pájaros cantando. Parecía que todas las criaturas se habían escondido de ella.