Abandonamos la penumbra del club nocturno y al salir nos invadió la claridad de las farolas.

—Cuidado —me dijo cuando vio que se aproximaba un peldaño.

Él no me soltó, al contrario, me asió contra sí para ayudarme a mantener el equilibrio sobre mis tacones y que no me tropezase en el asfalto.

Y yo sabía que era una mala idea eso de sentarme con él en su auto para hablar, pero también lo era hacerlo ahí afuera y que me viese alguien indeseable.

Lo miré de reojo, se veía brioso, mientras que yo intentaba disipar el aletargamiento remanente de la marihuana. Me orientó hasta el estacionamiento, abrió la puerta de su camioneta, pero no la cerró de inmediato, sino que tomó el cinturón de seguridad y me lo colocó.

—¿Qué haces?

No me contestó, solo cerró la puerta y luego, abrió la suya para tomar asiento.

—Hablemos aquí.

Encendió el motor.

—No.

—Yo quiero ir a bailar, dime lo que me tengas que decir y ya.

Comenzó a retroceder.

—Aquí no, Max —dijo autoritario y eso me molestó—. Quiero un lugar tranquilo.

—¡Esto es tranquilo!

Empezó a conducir y no tardó en abandonar el estacionamiento e incorporarse al tráfico, mientras permanecía en silencio. Me sorprendió su actitud, él no solía ser tan intransigente, era como si estuviese harto de todo y hubiese decido hacer lo que le daba la gana.

Respiré profundo para intentar retener los poquitos gramos de cordura que me quedaban, porque tenía presente lo que me había dicho al teléfono hacía rato atrás. De repente, no supe cómo abordar lo que estaba ocurriendo y me sentía tan cansada, tan agotada de discutir.

—No quiero pelear.

—Yo tampoco —respondió.

—Pero siempre terminamos haciéndolo.

—Porque tú quieres, no por mí.

—No seas imbécil... —le solté de mala gana.

Apretó la mandíbula y continuó conduciendo.

—¿Por qué estabas ahí sola? ¿Y Nat?

—En el baño.

—Entonces envíale un mensaje, debe estar preocupada.

—Ah, claro, de seguro se va a tranquilizar mucho cuando sepa que básicamente me secuestraste como un vulgar machito caprichoso.

Me miró de reojo, pero no me respondió, se estaba conteniendo, no le convenía ponerse idiota, sabía que si me molestaba le discutiría muchos puntos... Entre esos su obvia actitud arbitraria de llevarme consigo sin siquiera preguntarme si quería ir con él.

Tomé mi teléfono y ya tenía un mensaje de mi mejor amiga preguntándome en dónde coño me encontraba, pues me había dejado un momento y había aparecido él, era obvio que estaba preocupadísima. Le conté lo que pasaba y no tardó en contestarme.

«¡Ustedes ya hablaron! ¿Qué coño quiere ahora?»

«Te respondo cuando yo sepa».

Guardé mi teléfono en mi bolso y le estudié el perfil, iba con el ceño fruncido. Sería una gran falacia no admitir hasta qué punto me fascinaba verlo así, bronco y celoso, porque sabía de sobra que lo estaba. Noté a simple vista como se le tensionaba la mandíbula, terminaría con bruxismo por mi culpa.

A la Máxima (completa)Where stories live. Discover now