Cuarenta, primera parte

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—Está bueno —dijo Diego.

Volvió a enterrar el tenedor en el pie de manzana que había hecho para tomar otro trozo.

—Obviamente —respondí con suficiencia—. ¿Podría ser de otra manera?

Se echó a reír y se apuró a llevarse a la boca el trozo antes de levantarse para abrazarme.

—¡Eres una creída!

Durante la semana de la pascua había estado con mis padres y había preparado el postre para el almuerzo de ese domingo así que le había traído un buen pedazo.

Sabía que el padre de Diego había cumplido años por esos días, pero él no había hablado mucho al respecto. Solo me había dicho que le habría gustado que hubiese estado con él.

Pasamos esa noche en la cama, quería estar acostada, pues mi periodo había llegado. 

La semana avanzó y fui a la empresa a firmar los documentos pertinentes a la cobertura que había ideado. Luego, nos visitaron los padres de Nat y me alegré de que su presencia la ayudaran un poco a mantenerse ocupada y no pensar en Gabo. Había intentado estar lo más presente posible en el apartamento, así que con ellos ahí podía verme con Brenda para prepararnos para la semana de exámenes.

El sábado por la mañana nos reunimos en la biblioteca, como siempre hacíamos, con el resto de nuestros amigos y me impresionó lo bien que Brenda disimulaba que algo sucedía con Miguel.

La semana de exámenes pasó sin novedades. La misma falta de sueño de siempre, el exceso de café llenándome las venas, pero el jueves al final de la tarde ya estaba libre. Tras dormir muchísimo y recuperarme, salí a cenar con Diego el viernes por la noche a un restaurante de lo más exclusivo, por aquello de evitar coincidir con los demás.

Quise cubrir la cuenta, pues me habían pagado lo de las coberturas y era muchísimo dinero, pero él no me dejó.

—La primera vez que fui al cajero y vi cuánto tenía de saldo casi me ahogo.

—Te mereces eso y más, Gatita —respondió Diego y pagó la cuenta, mientras yo seguía disfrutando de mi postre.

Su teléfono vibró sobre la mesa y tras leer el mensaje que le había llegado, la expresión risueña que tenía en el rostro decayó. Luego me miró y yo me quedé ahí a la espera de lo que fuese a decirme. 

—¿Recuerdas que te comenté hace semanas atrás del cumpleaños de mi mejor amigo? —Asentí—. Es el próximo fin de semana. Su novia me acaba de escribir para comentarme algunos detalles de la fiesta y me preguntó si voy a llevarte... —Me miró serio como si hubiese algo que no terminaba de decir—. Supongo que no querrás acompañarme... Que te incomodaría mucho.

Lo miré desconcertada, ¿eso era lo que había hecho que se pusiera así de serio?

—¿Me incomoda a mí o a ti?

—Fueron sus fotos las que use... —dijo frunciendo el ceño con una mueca de pesar y comprendí porque se había puesto así.

Sabía perfectamente quien era el imbécil de Marco, había leído una conversación suya en el teléfono de Diego. Hecho del que me arrepentía y no quería confesar, así que tendría que fingir por siempre que desconocía que fuera un absoluto pendejo.

—Entiendo. Él no eres tú. Lo sé.

—Pero él te gustaba.

Hice una mueca.

—Mmm... A ver, gustarme, gustarme... Digamos que las estimulantes conversaciones que sostenía contigo me hacían pensar que el físico era lo de menos. A mí me gustaba tu cerebro. Mucho. Él... —Presioné mis labios en una línea recta—. Cuando veía su foto no era como que sintiera atracción, era algo más en plan: mmm, está normal. No es guapísimo, pero al menos no es horrible. Reconozco que tiene una sonrisa bonita, eso sí. El tema, Diego, es que a mí por lo general no me llaman la atención los tipos mayores, yo soy más de sentirme atraída por chicos de veintipocos.

A la Máxima (completa)Where stories live. Discover now