02. La esperanza que nunca muere

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N/A: Nome maten :')

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02. La esperanza que nunca muere.

El verano que Harry cumple once años está listo para buscar su varita de regreso al Árbol. Ya ha recibido su carta y materiales, pero, primero, todo mago necesita su varita. Harry está emocionado, es imposible negarlo. Nunca ha podido utilizar la varita de su padrino, mucho menos la de Remus, que hasta llegaba a quemar entre sus dedos. Remus le explicó a media voz que era de ese modo porque el núcleo de su varita estaba enlazado a su alma, y probablemente no era compatible con el núcleo y alma de Harry. Eso no quitó el dolor, por supuesto, pero tuvo una explicación lógica que calmó su incomodidad un tiempo.

Aunque la verdad de tanta emoción era más cercana a la posibilidad de que Harry volviera ver a su alma gemela que de tener una varita. Sirius se lo contó, claro. Después de que Harry visitó el Árbol aquella primera vez, Sirius le contó cosas que nunca le había contado antes.

—Remus me dio mi varita —contó esa mañana su padrino, con los ojos grises entusiastas de quien no ha dejado de amar a su alma gemela como el primer día—. Me adentré al Árbol en busca de mi varita y volví a encontrarme al adorable y lindo niño lobo. Yo ya sabía que era un hombre lobo, por supuesto, pero como no le dije a la vieja caraculo de mi madre que era un sangre pura como un Nott, un Lestrange y Merlín no quiera un Malfoy, ella me había despreciado creyendo que se trataba de un mestizo. Sí... Era un mestizo, ¡pero también un hombre lobo! Estoy loco, pero no soy estúpido —Sirius había revuelto los cabellos de Harry con el humor chispeando en la voz, la sonrisa explosiva en toda su cara—. Remus estaba ahí, ¡el muy! Me robó un beso en la mejilla y cuando quise darme cuenta, ahí estaba mi varita en mis manos. Entonces, no solamente supe que Remus era juguetón y travieso, sino que sería más allá de mi alma gemela, mi compañero ideal y al que elegiría toda la vida.

Harry había tratado de reír, hasta había conseguido que su risa sonara honestamente divertida con las payasadas de su padrino. Pero la euforia lo consumía vivo. Volvería a verlo. Volvería a ver a su alma gemela.

Por fin. Así sea un solo segundo, tenerlo cerca, tocarlo... Así sea una ilusión... Lo necesitaba. Necesitaba sentirse tan completo como cuando su alma gemela, aquella vana ilusión, lo abrazó tan fuerte que todas sus piezas encajaron entre sí a la perfección.

Y ahí estaba. El Árbol brillaba a sus ojos, mucho menos que la primera vez. No había Graines para él ese día, solamente una varita, una que ni siquiera dudó antes de echar a correr. Dos años habían pasado. Tantas cosas habían pasado. Las perturbaciones enmudecieron y agonizaron en rincones alejados de su mente, el cruel pantano de terror tóxico donde había sentido morir se le antojaba como un paraíso solamente por la presencia de su alma gemela.

A cada noche, cada mañana, pensaba en él. En los ojos claros como el día, rodeados de la oscuridad de sus almas, y su corazón estaba en paz.

—¡Con cuidado! —advierte Remus, mientras Harry avanza al trote por el camino de piedras. El Árbol lo recibe con un destello, llora en su nombre un par de hojas que aterrizan junto a una de las gruesas raíces.

Harry no lo duda antes de saltar al vacío del interior del Árbol. No duda ni siquiera un instante, ni mucho menos mira atrás. Cierra los ojos y siente el dulzor del aire antes de sentir el suelo bajo su cuerpo, e incluso mientras está preparado para el impacto este parece suave. Como una droga, como una que ningún niño debería conocer, el aroma de dulzor venenoso se ancla en sus pulmones e inhala más y más fuerte intentando hallar explicación a por qué, después de dos largos años, se siente tan en calma y tan a salvo a pesar de la hostilidad visible del interior de su alma.

Les fleurs du mal Where stories live. Discover now