9 - Mar Mediterráneo

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Al ser ibicenca todo el mundo va de blanco. Yo llevo un top de encaje con flecos que deja ver mi ombligo y una falda larga. También me he colocado una diadema de flores blancas en la cabeza como complemento.

El tiempo es agradable en medio del mar, la música es actual, de la que a mí me gusta, las guirnaldas y antorchas artificiales me encantan y aún no tengo ganas de quitarme esta ropa. Por todo eso dejo que me convenzan mis padres a que me quede a tomar algo después de cenar. Hoy, en lugar del bar de abajo han abierto el de la piscina y ahora los clientes se amontonan alrededor de la barra.

Mis padres se van al teatro porque no quieren perderse la función de hoy -por lo visto hay una especie de musical que imita al de Tarzán-, pero a mí no me convencen. Lo único que me prometen, antes de irse, es que no me mueva, que ellos volverán cuando termine la función.

Al final consigo hacerme hueco entre los señores que se han pegado a la barra como si fueran lapas. ¿Es que piensan emborracharse cada una de las noches del crucero? Si mi marido hiciera eso todos los días no me sentaría bien, por mucho que las bebidas vengan con la pulserita de adulto.

Con mi cóctel sin alcohol, sugerencia del barman, me dirijo hacia la mesa en la que he cenado, ya vacía y sin platos encima, y me siento. Parece que me voy a tener que dedicar a observar a los niños que juegan en el borde de la piscina, ahora tapada, y que hablan en un idioma que aún no he conseguido entender. ¿Alemán? ¿Ruso? No, creo que son polacos.

–El día que te vi en la piscina también observabas a niños extranjeros.

La voz de Ivan a mis espaldas hace que un escalofrío me recorra toda la columna vertebral de abajo a arriba hasta llegar a la nuca, provocando que se me erice el vello.

–Por cierto, estás muy guapa esta noche.

Sin molestarse en preguntar si puede sentarse o no en mi mesa, Ivan toma asiento a mi lado, justo en el sitio donde estaba sentado mi padre. Quizá hubiera sido más fácil evitarlo si no llega a ser porque va vestido exactamente igual que el resto de pasajeros: camisa blanca y bermudas del mismo color.

–¿Dónde has estado todo el día? No te veo desde ayer a la hora de comer.

–Liada –me limito a contestar con la mirada perdida en mi bebida, la que ahora remuevo con mi pajita.

–¿Liada? ¿Tienes un día entero en el barco sin hacer nada y estás liada?

Ivan arruga la cara. Estoy a punto de reír porque me hace mucha gracia su rostro cuando lo arruga, pero me contengo porque no quiero que se piense que estoy coqueteando con él. Quizá debería haberle dicho que tengo novio el primer día. Se lo debería haber soltado como él me soltó que su padre es el Gran Fabio Colaianni. Aún me pregunto por qué las palabras “Tengo novio” no consiguen salir de mi boca.

Asiento levemente con la cabeza sin mirarlo.

–Me estás evitando –afirma rotundamente, por lo que yo lo miro con los ojos muy abiertos y sacudo la cabeza–. ¿No? Entonces dime qué te pasa y te creeré. Si no me lo dices pensaré que me estás evitando y pienso seguirte a cualquier sitio que vayas para que no puedas evitarme.

Suspiro.

–El amor es una mierda, Ivan. Te enganchas a una persona como si fuera tu droga, como si no pudieses vivir sin esa droga. Y cuando te separas sientes como que algo te mata por dentro y es que… –me paso la lengua por los labios mientras sigo removiendo mi bebida– nadie avisa de que el amor es una droga de las malas, simplemente te hablan de lo bueno, no de la parte mala.

Mis palabras han salido de mi boca como planeadas, pero la verdad es que llevo todo el día pensando en la descripción exacta de lo que siento, y no he dado con ella hasta ahora. Posiblemente sea cosa de la magia que parece haber aquí, en la cubierta del barco bajo la luz de la luna y estando rodeados de guirnaldas de luces.

El amor no existe hasta que llegaWhere stories live. Discover now