Ramírez en el SUR

La última vez que Ramírez fue al sur, ocurrió lo que mucho tiempo después me confesó entre copas. Tuvo une especie de revelación, epifanía. 

El nunca quiso ser tan dramático pero por la forma en que me lo contó, supe que le ocurrió en aquel viaje, supe que al fin pudo encontrarlo...Encontrarse. Si, quizás sea esa la descripción más acertada. Encontrar la paz interior no es algo para tomar de manera simple, tener la posibilidad de enfrentar tus miedos, tus monstruos, tus demonios...Es algo que a la mayoría de los mortales nunca les sucede. Pasan la vida esperando tener la posibilidad y nunca llega, nunca pasa el tren por la vieja estación y a veces lo que es peor... El tren pasa y si te agarra medio distraído, medio dormido sigue de largo y te perdés una hermosa posibilidad. La de morir o vivir. 

De ese tipo de oportunidad que el destino te ofrece, hay varias posibilidades. Una de ellas es convertirte en una mejor versión de vos mismo, o sea llega un punto en que te cansas de ser vos te hastías de ser un cabrón, ¡ojo! te gusta serlo... en el fondo disfrutas ser un arisco pero cuando esa condición te empieza a afectar o empieza a tocar a tu familiar a tus amigos a la gente que te rodea estamos pasando a otro nivel. Eso le paso a Ramírez, bah eso me dijo, yo solo pongo en letras sus palabras. Tuvo que alejarse para poder ver mejor con más claridad. Recargar energía positiva para enfrentar al mundo que nos toca correr hoy. 

El, había ido varias veces al sur, claramente prefería el frío al calor (¿y quien no?) pero esta última vez fue distinto. Los relatos que siguen a continuación son los que pude retener en mi mente, y digo retener porque a su venida, volvió con el una avalancha de palabras que inundo el bar de los Cañones. Aunque pensándolo bien, más que palabras como me diría en una de nuestras tantas charlas cerveceras. -¡Hechos Sottile!, las palabras acompañan a los hechos y no ¡al revés!.