XVII - Luces

4 1 1
                                    


La calidez de Marco traspasa su abrigo, provocándole un sueño tan suave y tierno que logra entrecerrar sus ojos, confundiendo las estrellas con las luces de la gran avenida y con los copos de nieve que caen a su lado. Puede escucharlo hablar, por primera vez, emocionado de lo que harán esa noche de Navidad. Eso la hace feliz.

Gracias, hermano— le dice, tratando de retribuirle en algo lo que será esa grandiosa noche, pero no puede pronunciar nada más. Sus labios se han entumecido y están tan tiesos como sus piernas. Por más que intenta, no puede moverlos.

Mientras tanto, su hermano continúa hablando, rebosando dicha, como si estuviese agradecido de la vida que lleva y ella, por primera vez, se lo cree.

La niña entrecierra los ojos, porque el brillo de las estrellas, bajo sus pies, se los quema. La voz de Marco se pierde cada vez más y más entre la nieve— ¿o es entre las estrellas donde se extravía?—, mientras el sueño la posee con gentileza. Decide dormitar un rato, para recuperar fuerzas, pues sabe que le espera una de las mejores noches de su inválida vida y quiere disfrutarla con su querido hermano, quien trabaja todos los días por ella y le compra muchos libros para que no se aburra en el hospital.

Cuando despierte, en el centro comercial o en el restaurante, se lo agradecerá de nuevo, dedicándole una inmensa sonrisa.

Eso piensa, antes de que su corazón deje de latir.

CATARSISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora