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Es un poco complicado explicar cómo me sentía cada vez que iba por la carretera y veía el cartel que anunciaba que estaba entrando en mi pueblo.

Era como una sensación de plenitud, de una triste añoranza de llevar tanto tiempo fuera, de una impaciencia por ver a toda mi familia y de felicidad por ver que las calles seguían igual, que los vecinos seguían iguales de cotillas, y que la esencia en sí de todo, seguía igual.

También es difícil de explicar lo que te pueden hacer sentir los olores. Te hacen viajar a momentos del pasados o te recuerdan a personas o lugares en los que has estado, y cuando los sientes después de mucho tiempo sin hacerlo, por tu cuerpo sientes como un pequeño cosquilleo que te recorre de arriba abajo y se te queda una cara de tonto feliz.

Por eso mismo, cuando aparqué el coche delante de mi casa lo primero que hice fue inspirar con fuerza y me vino. Me vino ese olor tan particular de mi pueblo y mucha gente pensará que estoy loca o que se me acaba de ir la chota, que un pueblo no puede tener un olor, pero seguro que hay gente que me entenderá cuando digo esto. Porque sí, porque cada vez que he puesto un pie en esas calles el olor a mi tierra se ha colado por mis fosas nasales y una sensación de calidez se ha extendido por mi cuerpo, haciéndome sentir realmente en casa, y venga, que se manifieste a quien le pase lo mismo.

Para colmo, todo se completó cuando abrí la puerta de la casa de mis padres, chocando contra ese olor tan particular que tiene cada casa y vi corriendo por el pasillo a mis dos sobrinos pequeños y a mi hermana detrás de ellos. Y fue ahí cuando a mí se me quedó la cara de tonta feliz.

Hacía mucho tiempo que no sentía esa plenitud en mi cuerpo y tener a mi familia alrededor de la mesa del comedor, mirándome con un brillo en los ojos, una sonrisa en la boca y preguntándome que era de mi vida en Madrid era la principal razón en ese momento.

Después de comer, ayudé a mi hermana a dormir a mis dos sobre emocionados sobrinos que no paraban quietos y cuando salimos de la habitación después de media hora luchando para dormirlos, suspiramos las dos. Mi hermana me miró con cariño y me dio un abrazo de esos que se te meten bien dentro.

-¿Cómo estás?

-Bien.

-Luci, a mi no tienes que ponerme buena cara para no preocuparme.

-¿Qué quieres que te diga, Vero? Necesitaba desconectar de Madrid.

-¿Un café y me cuentas?

Miré a mi hermana e intenté evitar que mis ojos se empañaran. Tenía que acostumbrarme a que me preguntaran por él o que quisieran saber qué pasó, que para eso había ido allí, ¿no? Para poder hacerme fuerte, así que no podía flaquear a la primera. Mi hermana se dio cuenta de mi esfuerzo por no llorar y me acarició la mejilla, sonriendo.

Aprovechamos que la casa se había quedado en silencio y que la mayoría de los integrantes de mi familia dormían y nos sentamos en la mesa de la cocina para tomarnos el café. Cuando mi hermana se sentó en la silla con su café en las manos y me miró, empezó.

-Vamos a ver, Luci.

-¿Qué?.

-¿Tengo que subir a Madrid con las tijeras de podar? -me preguntó con una ceja levantada amenazante.

No pude evitar reírme ante su pregunta y después empecé a contarle todo lo que había pasado con Alex y Bárbara, sintiendo por dentro como mi estómago se apretaba al recordarlos a los dos en el bar besándose y haciendo un esfuerzo por mantener a raya las lágrimas que a veces amenazaban por hacer acto de presencia.

-Tendrías que haber sido tú quien les tirase las copas encima a esos dos.

-Ya, pero en ese momento no reaccioné, y ya sabes cómo es Clara.

Bailando con una estrella.Where stories live. Discover now