CAPITULO I

13 0 0
                                    

En la ciudad, en esta ciudad. Hay cinco avenidas principales. Justo la tercera, la Avenida Rosas, se conecta con el centro de la ciudad. Es la más concurrida de todas; sus calles angostas, fueron construidas en la época colonial, las casas antiguas, ahora se habían convertido en centros de comercio, almacenes y en uno que otro bar.

Pero entre la calle primera, y la segunda. Se encuentra una gran casa amarilla, con flores pintadas en su estructura. En la puerta, un letrero con Luces de colores. Y sus ventanas ahora clausuradas,  alguna vez permitieron la entrada de luz a la gran casa, que en aquella época era de Madame Margaret, como lo certifica la escritura en el techo de la casa.

Ahora, 64 años después de su muerte, el lugar sigue con su legado. Los hombres de la ciudad le están eternamente agradecidos, e incluso el lugar es tan famoso, que finos caballeros de distintos países vienen a visitarlo. Pero no se dejen llevar por mi descripción, este no es un lugar excluyente. Pero dependiendo de la tarifa, así serán los servicios a los que los clientes puedan acceder.

El edificio, aunque está algo pasado de moda por fuera, sus cimientos son tan firmes  como el día en que se construyó.

Corría el año de 1950, la calle primera, había sido la primera en ser pavimentada en la ciudad. Todos querían vivir en ella. Pero solo unos pocos acaudalados tuvieron el privilegio de obtener un terreno para construir ahí.

Margaret, de unos 15 años, era la prometida de un hombre pudiente con el que su padre hacía algunos negocios. El hombre que ya pisaba los 40, aún se veía joven. Constantemente se rumoraba de sus visitas a otras jovencitas inocentes en cada pueblo al que iba, y del que al salir no volvía jamás. Como consecuencia muchos fueron los niños en la época, huérfanos.

Emilio, era su nombre. Y aunque siempre vestía de pantalón, camisa abotonada y por dentro, sostenida con una correa. Cuando abría su boca, su impecable aspecto era tachado por el mal estado de los pocos dientes que aún tenía. Pues era adicto a mascar tabaco.

Mascaba tabaco, unas cinco veces en el día, en las que se retiraba de donde estuviese para hacerlo. El único motivo que le servía para no hacerlo, era ver a Margaret. Tal vez, era la inocencia que ella tenía y que él no había podido arrancarle, lo que lo tenía enamorado. O quizás pensaba que sus rizos dorados en compañía de sus mejillas rosadas, era la cosa más bella que hubiese visto jamás.

Aunque él sabía que sin importar la voluntad de la niña se casarían, él quería ganarse su confianza. Y constantemente le enviaba hermosos vestidos rosas, que Margaret usaba en su apenas en desarrollo cuerpo.

Fue el día de su boda, que mientras se casaban en la iglesia, cuando ya habían dado el Sí,  y sin haber terminado la ceremonia, que él salió a mascar tabaco. Todos los asistentes quedaron impresionados, aunque ninguno hizo nada, pues todos seguían una  a una, las palabras del padre.

Margaret, vestida de blanco impecable, como señal de que su pureza no había sido manchada, ni siquiera le importó que su ya casi esposo, saliese de improviso.

La misa concluyó, y durante la fiesta posterior, Emilio no apareció.  

Nadie se notó preocupado por el asunto, pues era usual que él hiciere esto. Y como el matrimonio no había sido consumado, fácilmente podía anularse.

Durante la fiesta, cada uno de los caballeros bailaba con Margaret, como una tradición especial de su familia.

Ya el reloj marcaba las 9:45 p.m. cuando Emilio apareció con un amigo. Apenas si quedaban dos o tres invitados en la fiesta. Que al verlo, borracho, se marcharon.

La niña yacía en su cama. Dormitando con sus medias veladas, su ropa interior, sus enaguas y encima un frondoso vestido blanco, con adornos y grandes mangas.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Sep 30, 2014 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Ramillete de floresWhere stories live. Discover now