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— ¡Otra vez maldita sea! ¿No había arreglado ya eso? ¡Black Hat!— Los gritos rompieron el estatismo que antes reinaba.— No es aceptable que cada vez que haya un tiroteo se vaya así la energía ¡Black Hat! — La voz demandante que se mostraba muy acostumbrada a dar órdenes a diestra y siniestra sonaba en medio de la penumbra. Y su emisor buscando a tientas su escritorio comenzaba a confundirse al no ser capaz de palpar nada.

— Ya lo verá cuando le ponga las manos encima...ese maldito doctor... — Refunfuñaba el aclamado dictador mientras a tientas buscaba las conocidas formas que caracterizaban su oficina, sorprendiéndose de lo grandes que podían hacerse los espacios cuando las tinieblas los gobernaban.

Usualmente cuando la energía se iba, en medio de algún experimento o por causa de un tiroteo de los rebeldes y ya que todos los suministros energéticos de la mansión se dirigían por supuesto a la defensa; Él solía tomar el mismo camino y casi como una costumbre absurda se golpeaba con la mesa de flores amarillas, no sólo cayendo él en el proceso, sino llevándose consigo la mesa, el jarrón, el agua y las flores.

Estaba seguro de que Black Hat en alguna parte tenía una enorme colección de jarrones destrozados, pues los bombardeos eran el pan de cada día en un periodo de cambio como el que estaban, y el General Flug Slys en el fondo amaba tener siempre fresco el recordatorio de su científico en forma de esas simples flores amarillas.

Ningún estruendo de cerámica rompiéndose llegó a él por más que tomó el camino acostumbrado. Y aún más sorprendente, en ningún momento llegó un afanado Black Hat preocupado por la integridad de su adorado gobernante. A él sólo llegó un silencio apabullante y más pronto que tarde también llegaron a la fiesta los ruidos de su propia mente diciéndole que no estaba en una situación normal.

Una opresión en el pecho le indicó que probablemente estaba en peligro. Y toda su mente se alarmó ante la mera idea de que aquel tiroteo, como el punto final de muchos otros, finalmente hubiera rendido frutos.

Muchos escenarios pasaron por su mente.

Su imperio. Su gloriosísimo imperio, que había construido con años de lágrimas y sufrimiento. El amor de sus adeptos, la fiesta que hace poco habían hecho ante la idea de que finalmente se habían consolidado por completo. ¡Sus planes! ¡Sus gloriosos planes para la población del planeta entero! ¿Qué pasaría con ellos? ¿Qué pasaría con su gente? ¿Qué pasaría con su vida?

— ¿Black Hat? — Su voz aunque firme sonaba inquieta, y pronto tras no recibir respuesta de su siempre fiel solución decidió anteponerse a todo, como el soldado de sangre fría que era. — Esto es obra de los rebeldes — se dijo en un convencido susurro, tratando de pensar en un plan para salir de donde sea que estuviera mientras miraba en todas direcciones tratando de captar algo más que vacía oscuridad. — ¡Sé que son ustedes imbéciles! ¡¿Están felices de verme?! — Ante esto abrió arrogante sus brazos, como presentándose a un multitud que lo llenaba de vítores— Capturamos al tirano ¡eh! ¿Ahora qué? ¡Ya sé lo que van a hacer! Le van a regalar el poder a un montón de asquerosos cerdos que no representan a la cuarta parte de la población, y todo por qué, ¡Por una falsa y estúpida democracia! ¡Como si nos hubiera llevado a algún lugar! ¡Perros asquerosos! ¡¿Qué esperan a venir por mí?!.

Cualquiera que viera en dicho momento al general Slys sin conocer bien su situación podría haberlo juzgado un completo loco por las medidas que estaba tomando para "salvaguardarse" de un nuevo peligro que lo acechaba.

Sin embargo el general era todo menos un loco. Era un visionario, un genio político, un luchador formidable en cualquier modalidad que el arte de la guerra pudiera ofrecerle. Era un hombre arrogante como pocos, que sabía que merecía presumir, pero que pese todo ello mantenía un humor ácido que ciertamente lo caracterizaba.

Yellow Soul •Paperhat•Where stories live. Discover now