Azucena

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Azucena
No te habías preguntado nunca porque esa azucena tiene espinas?
Puede, que para protegerse.

Su rostro liloso, estaba manchado con tonos amarillos.
De su cuerpo aceitunado, sobresalían aguijones que asustaban a todas las criaturas del jardín.
Allí estaba, rodeada de flores, pero ninguna como ella, ninguna que la entendiese, ninguna que la sanase.
De noche cerraba los ojos y visualizaba jardines dónde crecería fuerte y bonita.
Pero de día, con los abrasadores rayos del Sol, se daba cuenta de que esos jardines nunca existirían.

Las rosas le sonreían cuando florecía, pero la ignoraban cuando se marchitaba en sus pensamientos más secos.

Siempre puntual, a las ocho de la tarde, se emborrachaba con litros de melancolía, recordando tiempos en los que la paz reinaba en su corazón.

Un día, volviendo hacía mi casa, la vi en el jardín del vecino.
Brillaba tanto, que tenía que entrecerrar los ojos ante su luminosidad.
La luz violeta que desprendía me atrajo hacia ella, y la envolví con mis brazos.
Sus espinas se clavaron en mis extremidades, me atravesaron el corazón y me agujerearon las entrañas.
Me pidió que me alejara.
Me dijo, que me haría daño con sus espinas.
Que convertiría sus dolores en los míos.
Y me advirtió de que era autodestructiva.
La hubiera obedecido pero, abrazándola, me sentí tan protegido, tan cálido, tan resguardado de todo mal...que no pude marchar.
Y habiéndome crucificado con sus espinas, su amor, me curó las heridas y me ayudó a levantarme.
Y llorando de dolor, querer y felicidad,
a la dulce azucena,
le juré por todos los girasoles del barrio, que nunca la dejaría de querer.

Se suponía que esta era la historia de cómo curé a la dolorida azucena, pero escribiéndola, me he dado cuenta, de que es la historia de cómo, ella, me rescató a mi.

SkittlesWhere stories live. Discover now