3. FELIZMENTE CASADOS

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PRESENTE (2018)
Sábado, 07:55 P.M.

La mesonera regresaba con el segundo café de Kate y con dos buenos trozos de tarta de brownie que bastante habían tardado en llegar. Las dejó sobre la mesa pidiendo disculpas por la demora y se marchó ante el frio gesto con que ambos le respondieron para despacharla.

—Aunque no lo pareció nunca, también tuve miedo de mudarnos a vivir juntos —admitió la castaña mientras meneaba su café buscando atemperarlo—. Lo tuve cada vez que tú lo tenías, no era de piedra —reiteró— Y aunque muy en el fondo supiese que tus comportamientos o tu forma de tratarme no estaban bien, me convencí a mí misma una y otra vez de que solo se trataba de eso, de tu constante inseguridad. Pensaba que yo debía superar el miedo por los dos y que las cosas cambiarían algún día.

—Que yo cambiaría algún día —recalcó Eric consiente de a qué se refería.

—Sí, supongo que nunca estuvimos en la misma página —indicó Kate con la mirada fija en su café, pensando en todas esas veces en que ella esperó cosas, palabras o acciones de él que nunca llegaron—. Queríamos y esperábamos cosas diferentes de la relación.

En medio de otro silencio, la castaña aprovechó para beber finalmente de su segundo cappuccino.

—Siempre fui un cobarde —aceptó el ojiverde retomando la conversación—. Pero eso no significa que no te quisiera en ese entonces, o que no lo haga ahora.

Kate pifió casi al borde de una risa ante aquel absurdo.

—No te burles de mí, Eric —pidió dándole otro sorbo al café.

—No lo hago —aseguré el rubio habiéndose terminado el suyo hacía rato—. Ya te dije antes que solo quería verte una última vez. Despedirnos de forma cordial antes de no vernos más.

—¿Y tenías que traerme aquí? —preguntó Kate finalmente, había tenido el reproche atragantado entre el pecho y la espalda desde la llamada donde le pidió dicho encuentro—. Podíamos habernos visto en tu oficina, en un parque o en un restaurante cualquiera. ¿Tenías que traerme aquí? ¿Tenías que citarme precisamente aquí para seguirme haciendo daño?

Eric tuvo intenciones de responder a la defensiva, pero los avellanados ojos de la castaña reflejaban la turbulenta marea de emociones que pasaban por su cabeza, y solo en ese momento el rubio pareció darse cuenta de que aquel encuentro en el café que para él solo significaba un gran golpe de nostalgia, a ella le lastimaba. Una vez más se había comportado como un egoísta que se había olvidado de cómo se sentiría ella acudiendo a aquel lugar donde no solo se habían conocido, sino donde muchas otras decepciones y malos recuerdos habían dado lugar, tal vez algunos de los más difíciles de olvidar.

Respiró hondo y con dificultad mientras su rostro se desfiguraba con la vergüenza.

—Lo siento —dijo—. Cuando tuve la idea de reencontrarnos estaba pensando solo en mí.

—¿En serio? No me había dado cuenta —alegó ella con sarcasmo.

—Solo quería despedirme de ti antes de que me olvidaras. —Se excusó Eric cabizbajo.

El significado de aquellas palabras hizo un hueco en el estómago a la castaña haciéndole bajar la guardia una vez más. La palabra olvido le había sabido amarga e imposible.

—No voy a olvidarte —admitió—. Ya sea por lo bueno o por todo lo malo, no podría olvidarte. —El arquitecto pareció aliviado por aquella confesión—. Nos hicimos mucho daño, es cierto. Pero eso no borra las cosas buenas, aunque fuesen pocas —indicó viendo a un afligido Eric forzar la sonrisa.

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