hit et nunc

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Aquí y ahora


Hide, no puedes morder a nadie. 

Se lo repito constantemente aunque creo que solo en mí acaba la advertencia. No podemos, no debemos herir a nadie. Pero Hide tiene ideas oscuras. Él es reactivo. Volátil. Peligroso. Le gusta provocar miedo, le gusta hacer temblar. No sé si antes de comer de él era así. Quizá el tiempo en jaula le hizo ennegrecer. Me aterra creer que fui yo quien lo volvió así. 

Solo sé que es un alivio que esté encerrado, porque Hide está hecho para corromper. 

Escucharlo confunde. Me hace titubear. Su voz se convierte en mi voz, arrebata mis palabras y las mutila hasta crear las que a él le gustan. Me hace ver cosas que antes no habría notado, y las pesadillas toman diversas formas cuando él las narra, las ameniza. Hide no me hiere a mí, aunque a veces se le escapa el deseo, no puede hacerlo. 

—Quiero comerte.

Si tuviera la oportunidad. Si estuviera frente a mí.

—Quiero arrancar tus ojos.

Aquí dentro no lo hace, no me hiere. Nunca muerde. Supongo que es por la misma simbiosis que tienen los parásitos oportunistas. Hide se alimenta más de mí de lo que yo de él, pero su existencia dentro de mí no me matará. 

Me necesita. 

Lo necesito. 

Tal vez me ha enviciado. Es ese rojo que me ha tentado, el mismo con el que pinta las cosas y las aviva. 

No sé cuánto más estaremos juntos, pero no será por siempre. Ya he saboreado lo peor. Como esas noches donde usa mis labios a su placer para hablar y no me permite descansar hasta que yo hable de todas las cosas que me hirieron. Como esas ocasiones donde su voz es suficiente para hacerme pintar las paredes de rojo hasta que flotamos juntos en un mar cálido. 

Quiero creer que a Hide le interesa que ese tiempo se alargue. Quiero creer que no solo vino a beneficiarse de mí. Quiero creer que está ahí escondido por una fuga de venganza que tengo entre los pensamientos y me ayudará a cerrarla. Comerá esa carne podrida de las heridas para que resurja algo nuevo. 

Por eso hicimos una lista de cosas que hacer antes de tomar nuevos caminos. 

La escribimos en aquellos primeros días donde él empezó a hacer doler las memorias. Fue en una donde él notó el olor de las cabezas de cerdo, aquellas que constantemente sonríen. Me hizo describir cómo chorrean empaladas en la cumbre de la colina seca. Quiso hacerme ver lo sencillo que es cargarlas con las manos y lo fácil que es impregnarse con el hedor de un animal muerto para jamás dejar de olerlo.   

—Eran preciosas. ¿No lo eran, Mar? 

Escribimos la lista el día que me hizo sentir la sangre de ellas. Y la tinta iba de negra a rojo, de rojo a negra, de dolor a euforia. Dulce. Dulce. Siempre dulce. Él no lo sabe, pero a veces creo que su piel era dulce. A veces, solo a veces, cuando parpadeo con fuerza le siento sufrir en mi boca.  

Hide quiere que acaricie las cabezas recién cortadas y ha querido por mucho tiempo que yo las remueva de las estacas. Quiere que las devolvamos.

No puedo hacer eso. 

Regreso. Estoy encerrada junto a muchos otros desgraciados. Intento respirar, pero todas las ventanas están cerradas. Cala cada inhalación. Hay unas hojas frente a mi escritorio y más de un par de ojos quieren ver estos delirios. El profesor de ecuaciones diferenciales me sonríe divertido sin saber que en mi cabeza lo he llamado por otro nombre. Otro par de ojos quieren ver el infierno. Se va él, pero el olor del azufre no. Cuatro toques en el papel lleno de números son suficientes para calmar un poco a Hide, la bestia no puede dañarnos fuera de su cueva.

Carne humana | PTR 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora