III.

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iii.

tus ojos que cuando los miro

brillan igual que los míos

pero no logro entender

de que van

Luisita no entiende bien que le pasa. Se he quedado prendada en el aire, casi como si estuviera flotando entre el humo acumulado de todos los cigarros que María, Amelia y ella han fumado en la oficina en la última hora. Es como si estuviera durmiendo una siesta con los ojos abiertos, como si el cansancio de toda una vida viniera ahora a cobrarle la deuda impaga, a impedirle formular un pensamiento coherente que no sea... que Amelia se está pintando las uñas.

Porque eso es en lo único en lo que puede pensar. Hace rato ya (ni siquiera sabe cuánto) que se ha quedado fija en la silla frente al espejo del camarín del King's, sin darle una sola pitada al cigarrillo que tiene entre los dedos, mirando como Amelia se arregla las uñas en el reflejo del espejo.

No puede dejar de mirar. No quiere, tampoco. No sabe si hay diferencia.

Amelia lleva puestas unas enaguas color piel que suele usar debajo de sus vestidos cuando no va a quitarse por completo la ropa. El número de hoy, aparentemente, es el caso. Tiene el pelo suelto, brillante y rebelde como siempre, y hace gala de toda su elasticidad elaborando una postura casi imposible para poder pintarse las uñas de los pies. Con la gracia que la caracteriza, embebe una y otra vez el pincel en la pintura y le da generosas pinceladas al objetivo, sin siquiera derramar una gota, sin salirse de las líneas, y sin dejar de susurrar.

Eso es lo que a Luisita la tiene más embelesada. El susurro constante de la voz de Amelia, que parece estar repitiéndose líneas a sí misma, como si un acto mecánico viniera a completar al otro, como si se tratara de una especie de ritual. Y en cierta forma lo es. Luisa ya se lo ha visto varias veces. Amelia prepara cada uno de sus personajes como si fuera el primero y el último, con la dedicación y la profesionalidad que convencen a su amiga de que la morena está predestinada a grandes cosas, y que por el King's solo está de paso.

No sabe si eso la enorgullece o le genera tristeza.

Suspira, movida por todo eso que no puede pronunciar, a lo que no puede ponerle nomenclatura. Y Amelia la mira. Detrás del cabello perfecto que le cae sobre el rostro, sus ojos se fijan en Luisita como si de pronto la estuviera viendo por primera vez.

- ¿Me hablaste? Perdón. Estaba repasando líneas...- dice, abandonando la tarea de las uñas para centrar su atención en Luisita.

Y Luisa Gómez, que no sabe lo que hace, se pone de pie y extiende su mano.

- Sí, hablé. Pregunté qué estabas murmurando...- miente, aunque la curiosidad es real, pero sólo ahora se le acaba de ocurrir. Amelia le da la pintura, y mira atentamente al rostro de su compañera, quizás esperando una profundización de la respuesta que nunca llega. Luisita se sienta a su lado en la silla vacía, y toma la mano derecha de Amelia entre las suyas, intentando no pensar en lo bien que se siente la piel tersa y tibia, y en cuanto quiere besarla, y en la forma en la que los dedos de Amelia vibran por un segundo de más. Sin mediar palabra, comienza a pintar. Y Amelia... Amelia susurra.

- Es un poema de Alfonsina Storni. El espectáculo de hoy es un homenaje a ella.- explica, y están tan cerca que cada palabra que esboza es una bocanada de aire fresco y perfecto sobre la piel desnuda del hombro de Luisita.

- No la conozco.- reconoce esta, porque no le da vergüenza declararse ignorante. No ante su amiga, al menos.

- Alfonsina fue una de las mejores poetas argentinas de la historia. Hermosa... y trágica. Terminó echándose al mar, poniendole fin a su vida, víctima de un amor no correspondido.- comienza Amelia, mientras Luisita le da pinceladas atentas a sus uñas. Sin embargo, su atención total está en otra cosa. Se centra por un segundo en el perfume de Amelia, en las formas de Amelia, en el lunar pequeño y provocador que se asoma sobre su pecho izquierdo, apenas tapado por el encaje de la enagua.

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⏰ Last updated: Apr 21, 2019 ⏰

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tengo una risa con alas (que vuela si estamos a solas)Where stories live. Discover now