I.

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Ante todo, pido que me tengan paciencia. Soy argentina y se me ha complicado bastante intentar escribir esto en español de España. Me ha representado un desafío, así que sientanse libres de corregir cualquier error, que me va a venir de diez. Ahora sí, a lo que importa.


-oo-

i.

Tengo tres caras posibles

tú me las quitas todas

tengo una risa con alas

que vuela si estamos a solas

Que Luisita es impaciente eso lo sabe todo el mundo. Esto no es novedad para nadie. El recuerdo más palpable que tiene en su memoria es el de haberse pasado toda la niñez quemándose la lengua hasta la carne por no poder esperar a que se entibie el chocolate caliente. Y ni que hablar de pintarse las uñas, que de seguro diez segundos después de terminar con la tarea Luisita encuentra cinco, quince o cien cosas para hacer con las manos que le demandan su inmediata atención.

Si, Luisita es impaciente y ansiosa, impulsiva a más no poder. De a ratos ni ella misma se tolera, aunque quizás nunca lo va a reconocer. Sobre todo cuando últimamente siente que está alcanzando un límite.

Ahora, por ejemplo, ni ella misma se tolera. Ha hecho planes con Amelia y la susodicha lleva tres minutos de retraso. Eso, claro, según su reloj de muñeca, que el que cuelga de la pared del Asturiano le da todavía dos minutos de bendición a la morena. Pero es que Luisita es tan ansiosa que evidentemente le ha terminado por acelerar el curso a su propio reloj, y viene viviendo la vida llevándole cinco minutos de ventaja al resto de los seres mortales.

- Más despacio con el café, Luisi, que te me vas a atragantar...- advierte Pelayo desde el otro lado de la barra, mientras limpia por tercera vez el mismo vaso reluciente que no precisa de más pasadas. Es una mañana tranquila en el bar. Su abuelo debe estar tan aburrido como Luisita.

- Es que quiero estar lista para cuando llegue Amelia, abuelo. Que ya vamos con demora.- responde ella, acomodándose la chalina y dándole el último trago al café. Lo siente quemándole absolutamente cada víscera que roza a su paso, pero a Luisita no le importa.

- Bueno, y ¿adónde vais con tanta prisa?- inquiere su abuelo, más movido por el aburrimiento que por la intriga.

- Pues es que hay una tienda en el centro que vende los pañuelos más bonitos de todo Madrid y hemos quedado con Amelia para ir a buscar un regalo para el cumpleaños de María.- dice, como si se tratara de un asunto de suma urgencia, como si el futuro de la Nación dependiera de ello. Pelayo suelta una carcajada

- Y por eso te has puesto así...- murmura, enternecido, y vuelve a limpiar el vaso.

Luisita no responde, porque no sabe qué decir. No, no se ha puesto así por eso. Pero es que por estos días cada vez siente más la necesidad de pasar el rato a solas con Amelia, de charlar de sus cosas, de ponerla al día con las novedades de sus clases de teatro, de que Amelia le cuente los cotilleos del Hotel.

Para Luisita estas caminatas, estos paseos, suelen ser el único momento de distensión del día, un soplo de aire fresco, como tomarse una copita de licor antes de irse a dormir, o comer un chocolate a escondidas de sus hermanos, para no compartir. Y es que Amelia, con su dulzura y su chispa y su amor por la vida misma, le transmite a veces una suerte de tranquilidad, de paz, que Luisita no logra conseguir en otro lado. A veces entra en un círculo vicioso, incluso, donde pasar tiempo con Amelia es lo único que la relaja, pero esperar al momento en que Amelia aparece la tensiona a más no poder. Y entonces va y viene, como una rueda de la fortuna en la feria, debatiéndose entre estar con Amelia y extrañar a Amelia.

tengo una risa con alas (que vuela si estamos a solas)Where stories live. Discover now