Tú dices rojigualda, yo digo negro

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Tan solo eran las 5 de la mañana y el despertador de Irene ya empezaba a sonar. Le costó reaccionar al doloroso ruido que hacía aquel aparato. Le gustaba aprovechar bien las mañanas, antes de que los niños empezaran a darle demasiado trabajo, pero el despertar era otra cuestión muy distinta.

Evitó mirar el móvil nada más levantarse. Estar enganchada todo el día a un teléfono no era muy bueno ni para ella ni para nadie. Era duro, sin duda. Especialmente en aquella época tan intensa, que no paraba de recibir mensajes y correos.

No sabía separar placer y deber, porque para ella era casi lo mismo. Salvo por aquellas madrugadas, malditas madrugadas.

Contó hasta 3 en silencio y se levantó casi de un salto de la cama.

Zapatillas. Baño. Vaso de agua de un trago. Abrir la ventana. Hacer café. Por fin, mirar correo.

El olor de su café favorito inundaba aquella pequeña cocina. Acabó su rutina, ya contenta.

No le gustaba nada despertarse temprano, pero su pequeño ritual mañanero le daba una paz que ni Tolstói. Su sonido favorito era el de su molinillo electrónico triturando los granos de café.

No perdió mucho más tiempo y se puso a trabajar. Tenía una entrevista en la Sexta esa misma tarde. Con la mismísima Inés Arrimadas. No había tenido -hasta ahora- la oportunidad de conocerla en persona.

Hizo sus deberes así que se pasó la mañana viendo entrevistas suyas. Sin duda era muy carismática y utilizaba eso a su favor. Casi parecía que disfrutaba irritando a la gente. Era casi su modus operandi. Llegaba, ponía nerviosa a la gente y dejaba que ellos hicieran el resto. Pero con Irene lo iba a tener claro. No había persona más tranquila y calmada que ella, cuando se lo proponía, claro.

Irene no acababa de tragarla, pero admiraba su manera de salir adelante en un partido como Ciudadanos. Incluso diría que haciéndole sombra a Albert Rivera en muchas ocasiones. Sin duda no tardaría en dar el salto a lo estatal.

Hacía tiempo que no le picaba tanto la curiosidad. ¿Sería para tanto Inés Arrimadas García? Quién sabe... Ya empezaba a colarse entre sus pensamientos...

Después de comer iba a ir a dejar a los niños con Pablo. No le tocaba a él con ellos aún, pero la niñera estaba de vacaciones. El plató de la Sexta no le quedaba cerca de casa, no podía dejarles solos tanto tiempo.

Llegó al chalet y fue directa a la habitación de los niños sin apenas hacer ruido. Aún conservaba sus llaves de la casa, al fin y al cabo, era suya también.

Intentó salir de allí lo más sigilosamente posible. Lo último que le apetecía era encontrarse con Pablo.

— Irene, ¡espera! — gritó Pablo cuando la ve marchar.

Pero no fue capaz de librarse...

— Tengo prisa Pablo— respondió ella secamente.

— Sólo quería desearte suerte para lo de esta noche, aunque sé que no la necesitas— le dijo el coletas.

Irene suspiró. No quería un enfrentamiento. Tampoco quería hacer como que no había pasado nada entre ellos. Respiró profundamente antes de abrir la boca otra vez. Por el bien de Pablo.

— Mira Pablo, quiero que esto salga bien, por Leo y por Manu, pero te he dicho que necesito espacio y tiempo y no me lo estás dando. Me voy— respondió finalmente Irene antes de irse de allí.

Pablo e Irene, Irene y Pablo, los novios de España. Todo el mundo aún los veía como la pareja perfecta, incluso sus enemigos. Pero realmente hacía tiempo que aquello ya no funcionaba.

España entre nosotrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora