Pequeñeces.

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Pequeño, todo se ha vuelto pequeño. Pequeño el mundo, las sociedades, las ideas. Se me ha hecho pequeña la libertad...

Verán, estos harapos, estos trapos viejos sobre mi cuerpo son la última moda. Confeccionados con la mejor basura de Londres. Pensar que los hombres de metal viven en lujosos distritos, gobernándonos. Consumieron casi toda la energía de la Tierra. Esclavos de nuestra propia invención, una catástrofe.

Me gustaría contarles una historia, sólo para que puedan darse una idea de lo que nos ha pasado, y midan cada paso antes de caer con nosotros, o tal vez solo conmigo.

Era una tarde de otoño, en el año tres mil, doscientos treinta y seis. Latrén se dirigía a casa, su mirada iluminada por ideas colosales que llevaría a cabo en cuanto los hombres de metal se fueran. De pronto, escuchó las alarmas, los gritos de sus compañeros. Los estaban examinando e interrogando, por la seguridad de los gobernantes. Pero solo podían estar seguros una vez que un hombre caía muerto, desangrado. De tal manera asustaban al resto, imponían su liderazgo.

Por supuesto, Latrén no se salvó de la paliza, respiró profundo y continuó su camino, pensaba qué sería de la vida sin nuestros gobernantes.

A Latrén le encantaba coleccionar cacharros viejos, y ese mismo día al llegar a casa se sentó en el suelo, tomó una pequeña taza de sopa, al segundo sorbo alzó la mirada y logró divisar un cacharro a lo lejos.

Un cacharro nuevo, algo que jamás había visto en su vida. Eran varías hojas amarronadas, lisas y otras arrugadas, enganchadas entre sí, cubiertas por dos tapas de un material más fuerte. Al abrirlo se maravilló como un niño o un filósofo ante la duda, el descubrimiento, después de todo solo tenía diez años. El cacharro tenía escritos dentro de él. Latrén vio estas letras en los manuales de su padre, para reparar a los robots. Jamás se le habría ocurrido que hubiera más y mucho menos que no trataran de los hombres de metal.

Para completar la sorpresa, dentro del cacharro había otro cacharro, uno diferente, circular, era un aparatito viejo para medir el tiempo, tenía en el centro agujas y al rededor números, un cristal que te permitía verlos y una cubierta de un metal dorado.

Latrén. El guardián del tiempoWhere stories live. Discover now