Con algo de dificultad saco medio cuerpo del coche con el subfusil en mano. Me ayudo a colocarme mejor con el asidero que hay en el techo. Hago que mi espalda se ponga recta de forma que puedo sacar de forma limpia el arma llamada El KRISS Vector. Lo primero qué hago es quitarle el seguro, para justo después empezar a disparar como una loca posesa al automóvil que nos está persiguiendo y no es la furgoneta de mis amigos, ¿dónde estarán ellos?

Tienen la mítica camioneta negra que salen en todas las películas de acción, hasta con los cristales tintados de negro.

Estoy disparando justamente en la luna delantera. No sé si podrán ver algo para seguir conduciendo en condiciones. Y digo esto, porque está lleno de disparos.

—Orlena, deja de disparar como una frenética y metete al coche —me pide Cesare con un tono serio y alzando la voz para que le pueda escuchar.

Yo, como una persona responsable le hago caso. Me meto con agilidad en el interior y cierro por seguridad la ventanilla, aunque no serviría de mucho, la luna trasera ya no existe.

—Escúchame con atención —la seriedad en su voz me indica que lo que voy a escuchar a partir de ahora, no es para nada gracioso, sino todo lo contrario —. Necesito distraerlos y para ello necesito tu ayuda. No me gusta nada verte poseída mientras disparas a diestra y siniestra a los gorilas. Sin embargo, eres buena, confío en ti pequeña.

—No he visto la furgoneta de mis amigos —me flaquea la voz al decir aquello.

—Tranquila pequeña Leona, ellos son fuertes y se saben defender. No les ocurrirá nada. Seguramente han cogido otro desvío —quiero creer en sus palabras. ¿Lo malo? Que no puedo. Tengo la sensación de que han sido capturados, que yo sepa iban detrás nuestro.

Sin decir nada, le doy la espalda, me pongo de rodillas mirando hacia la luna trasera —ahora inexistente —. Agradezco a mi hermano por haber colocado el cubre maleteros para poder colocarme más cómoda allí. Una vez acomodada en el lugar justo, bajo la cabeza y observo como la camioneta se acerca por la derecha. Apunto con el arma justo en una de las llantas delanteras y ejecuto la acción en cuanto estoy segura de que voy a dar en el blanco, y efectivamente lo hago.

El coche pierde el norte, haciendo que el conductor no pueda manejarlo. Antes de que se vayan por la cuneta, las puertas del vehículo son abiertas por cuatro hombres —de diferentes tamaños —, y saltan ágilmente al pavimento con armas en mano. ¡Mierda! Van a contraatacar. Ponen en marcha el plan, y empiezan a darle al gatillo como si no hubiera un mañana.

—¡Para el coche inmediatamente Cesare! —cada vez nos estábamos alejando de ellos y yo lo único que quería averiguar era si ellos tenían a mis amigos —Como no pares el coche salto de él, y no es broma. Es una amenaza en toda regla.

—¿Tú te has vuelto loca? No pienso parar ni dejar que te maten. Son cuatro personas adiestradas y que saben perfectamente disparar.

—¡No me van a disparar! —digo a los gritos.

—Agáchate ahora mismo si no quieres recibir una puta bala en la coronilla —yo sin hacer caso omiso, sigo en la posición que estaba —. ¿Eres estúpida o sorda? ¡Agáchate de una maldita vez!

—¡No! —por segunda vez en el día frena de manera brusca. Los disparos se escuchan a una distancia bastante alejada ya —Da marcha atrás Cesare.

—¿Quieres tener una discusión conmigo?

—¡Ya la estamos teniendo! —este hombre me desespera —retrocede de inmediato —demando. No sé en qué momento gano yo la partida.

Satisfecha por ver que mi hermano ha cedido, me coloco bien en el asiento, y cojo la lanza del suelo —que se encuentra manchada de sangre —y la agarro con muchísima fuerza. Muevo mi cuello para observar cómo se encuentran los gorilas y que están haciendo. Solo uno está mirando en nuestra dirección, otro se encuentra mirando el terreno, y el ultimo está manteniendo una llamada telefónica.

Il passato torna sempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora