CAPÍTULO XLVII La graduación

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Me quedé con Josué en la plaza principal, esperando a donde tocaba dirigirnos. Definitivamente, era hermoso el lugar. Desde fuera parecía enorme y por dentro muy majestuoso y elegante. Hasta tenía una gran plaza, estaba sorprendida del lugar donde en poco tiempo recibiría mi diploma de bachiller. Aun recordaba cuando pensaba que quedaba fuera de Bogotá. —¡Qué vergüenza! No conozco muy bien mi ciudad natal.

Mientras miraba todo a mi alrededor Elian llegó y hablamos un rato. Después llegaron mis padres y por sorpresa mía, no estuvieron a mi lado como siempre lo hacían. Posteriormente, Elian y yo fuimos al teatro preestablecido. Nos guiamos por los estudiantes que iban al lugar. Me daba risa pensar que parecíamos un rebaño de ovejas azules bajando escaleras rumbo al sótano. Una vez que bajamos, nos encontramos ante otra gran plaza con un pesebre gigante en el medio y una plazoleta de comidas. Ese sótano más bien parecía ser un centro comercial subterráneo.

Allí me encontré con mis padres que hacían una fila para entrar. Luego los dejé para hablar con mi amigo, tal vez era el último día que lo iba a ver. Nos sentamos detrás del hermoso pesebre y hablamos. Él me habló acerca de que quería ver a su novia o «pastelito», según recuerdo como la llamaba ese día. También de su intriga por saber si le cayó bien a mi madre, pues la cara que ella le dio no daba muchas esperanzas. Intenté tranquilizarlo, mi madre siempre había sido así con alguien que no conoce.

Pronto tocó pasar hacia un espacio contiguo que rodeaba el teatro, y allí, nos podíamos colocar el traje de grado. Me acordé de pedirle a Elian que nos tomáramos una foto. Así que un amigo de él nos tomó la foto de cuerpo entero.

—Ay qué ternura —suspiró Elian apenas vio la foto.

Al instante, empezamos a ponernos la toga, el birrete y la estola. Por suerte mía y del horario en que estudiaba, sí alcancé a tener la estola dorada. El pobre de mi amigo y los de su curso no la alcanzaron a recibir y estaban esperando a que se la dieran. Al momento de ponerme la estola, le pedí a Elian con mucha pena de me la ayudara a colocar.

Luego salimos, y junto con sus amigos nos tomamos otra foto. Intenté salirme de la foto, pues sentía que era una intrusa al ser de la jornada mañana con una foto de los de la jornada tarde. Pero Elian exigió que me quedara, algo que nunca hizo nadie antes. Era la única con estola, así que me dio risa después ver esa foto en Facebook. En seguida, fui a donde mis padres preguntándome qué estarían haciendo. Sólo vi a mi madre.

—Hola mami ¿sabes dónde está mi padre?

—Te está buscando.

En ese preciso momento, me puse a buscarlo. Vaya, tan cerca que estaba y no me había encontrado. Alcancé a ver a mi amigo con su novia; ella ya había llegado y estaban hablando. Me sentí feliz pero preocupada por mi padre, —¿Dónde estará? —me subí encima del muro de aproximadamente diez centímetros de alto que rodeaba el gran pesebre. No lo vi, había muchos invitados por doquier y era difícil hallar a alguien con un esmoquin color gris por ahí. Bajé, y de nuevo encontré a Elian contándole a su amigo que su novia no le había permitido un beso.

—¿Has visto a mi padre?

—No, no lo he visto.

Sentí pena por mi amigo. Pero ahora era mi prioridad encontrar a mi padre. Subí de nuevo al pequeño muro redondo en miniatura y hallé el pez que quería encontrar. Fui detrás de él que iba hacia mi madre y lo asusté apenas llegó. Apenas me vio, me invitó a pasear por el lugar, viendo con más claridad la plazoleta de comidas. Pasamos por una repisa donde había periódicos y publicidad de la Gobernación. Él, al ser amante de éstos, cogió un periódico para leer. Cuando regresamos a donde mi madre, busqué a Elian que estaba haciendo fila para reclamar su estola. Pasamos el rato allí hablando y riendo. De pronto, alguien se me acercó y me sorprendió su visita. Era mi padre que quería que ya entrara al teatro.

Mi vida intentando ser socialWhere stories live. Discover now