Cara a cara con la Bestia

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Caminábamos lentamente por los pasillos del establecimiento, haciendo todo lo posible por evitar hacer ruido y que aquella bestia nos descubra.

–Alex –me susurró Thomas– ¿Qué tan lejos estamos?

–Creo...creo que es por aquí. –dije tratando de orientarme.

Al tomar el camino a nuestras derecha, vimos una serie de cadáveres mutilados y devorados al final del pasillo. Varios soldados apresuraron el paso para comprobar si alguno de sus compañeros seguían con vida, pero todos estaban muertos.

Miré alrededor. Pude divisar el baño donde estuve con Zack horas antes, al igual que pude ver marcas extrañas en el suelo. Seguramente, estas marcas serían de Zack cuando esa cosa se lo llevó arrastrando por los pasillos

–¿Ese es el baño? –preguntó Thomas. Yo afirmé con la cabeza– Perfecto, sigamos este rastro.

Todos estábamos en alerta máxima. En cualquier momento, ese monstruo podía sorprendernos y matarnos a todos. Llegamos a una enorme puerta semi abierta. Al entrar, los hombres que nos acompañaban sacaron unas linternas y alumbraron el interior. Tan solo había un hombre tirado en el suelo, sobre un charco de sangre, era Zack Zimmerman.

–¡Zack! –exclamó Thomas. Fue corriendo hacia donde él se encontraba.

–Thomas, ¿está…?

–Sigue vivo, ¡sigue vivo! –gritó.

–Tho...mas, ¿ere...eres tú? –susurró débilmente Zack.

–Si, joder aguanta –pidió Thomas sujetando la mano de Zack.

Zack tenía una pinta horrible. Su rostro tenía un corte que iba desde su frente hasta su mandíbula, daba la impresión de que un tigre lo había atacado. Uno sus ojos estaban destrozados, el otro estaba hinchado en sangre. Sus extremidades iban en una dirección poco natural. Huesos rotos, muchos.

– ¿Dónde está esa cosa?–preguntó Thomas.

–Huyo...me dejo aqui, queria...queria que murie… –Zack no pudo seguir–. Esca...escapó –agregó débilmente.

–Señor –llamó un soldado a Thomas–, venga a ver esto.

Una rejilla yacía en el suelo. Ese monstruo había escapado por los conductos de ventilación.

–¡Mierda! –gritó desesperado Thomas– ¡Saquemos a Zimmerman de aquí y vayámonos!

–Zack, vas a estar bien –susurré casi llorando, pero él no respondió– ¿Zack?

– ¡Zack!, ¡responde! –pidió Thomas sujetándolo de los hombros. Se acercó para escuchar los latidos de su corazón. Su cara palideció al instante.

–Thomas, ¿está vivo? –pregunté temblando.

–Vámonos de aquí, ¡Ya! –ordenó soltando a Zack. Había muerto.

Sin perder más tiempo, corrimos todo lo que podíamos buscando la salida de aquel lugar. Thomas sacó su walkie–talkie y ordenó a los gritos a los soldados que abrieran la puerta ahora.

Atrás nuestro la puerta ascendió unos milímetros antes de desplomarse contra el suelo de nuevo.

Las pocas luces que quedaban encendidas, se apagaron de repente, y las alarmas, que habían estado encendidas en todo momento, dejaron de sonar.

Nos invadió un frío y oscuro silencio. Las respiraciones de algunos soldados rebotaban en el pasillo. Alguien agarró mi mano, Thomas.

Hubo un grito, el ruido desagradable de golpes y crujidos. Y media docena de soldados empezó a disparar hacia el origen. La mano me soltó y yo agarre el arma hacia delante mío, sin siquiera estar segura de donde disparaba. Las balas chocaban contra paredes, algunas daban a Abigail y hacia otros soldados, pero la mayoría iban a parar más allá de la penumbra que nos rodeaba.

Y uno a uno, la criatura se deshizo de todos, y no fue hasta que mi cuerpo golpeó contra la pared, que supe que habíamos perdido. Allí, en la oscuridad, ningún otro disparo se escuchó.

En un momento sentí una presión sobre el cuello y en otro mi cuerpo se encontraba suspendido en el aire.

–Te conozco –susurró, su voz gorgoteante y áspera– Estabas con Zimmerman.

El dolor se extendía por mi cuerpo, y cuando su mano deforme presionó más contra mi cuello, mi arma cayó al suelo.

–¡Púdrete!– susurré con el poco aire que me quedaba, escupiendo en su cara–. Mataste a Michelle, Thomas...asesinaste a Zack.

–Se lo merecían –dijo burlándose de mí.

–¡Eres una perra! –grité.

Entonces hizo otro movimiento y sus garras se metieron en mi pecho, pero de qué servía. Sonreí hacia ella, consciente de que podía verme.

De qué te servía Abigail, si ya habías roto todo en pedazos.

Entonces me soltó, y el suelo me recibió como una cama plácida y suave.

–Lo siento, Thomas, Michelle. –susurré, la sangre brotaba de mi cuerpo, la vida se me iba por las heridas.

–Hiciste lo mejor. –Era Michelle, alegre, sonriendo. Tan hermosa como el día en que la conocí.

–Siempre estaré orgulloso de ti, hermana –Era Thomas, siempre protector.

Cerré mis ojos, escuchando a Abigail derribando la puerta de salida de un golpe. Pensé en mi hijo, que no había tenido de oportunidad de conocer. En Michelle, en nuestra boda. En mi hermano feliz. Pronto, muy pronto. En otra vida.

En otro lugar.

ABIGAILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora