Parte 1 Sin Título

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Huyes, corres, no sabes donde vas, solo piensas en alejarte todo lo que puedas, pero la angustia de no saber donde está, donde se esconde, donde te acecha, provoca pánico, impaciencia, agonía.

Tan solo hace una hora todo era normal, tu vida seguía su placida rutina. Una cerveza tras terminar de trabajar, un poco de charla con los amigos del bar y regresar a la confortable paz de tu hogar.

Pero ahora todo se tornó locura, desconcierto, angustia y miedo. La calle esta desierta, la luz de las farolas parece distinta, mas muerta, agonizante entre la oscuridad que todo lo devora. No escuchas el rumor de todos esos anónimos que te cruzas a diario cuando regresas a casa, ha desaparecido, se ha esfumado, solo un ensordecedor silencio te acompaña en tu estéril huida. Solo el dolor de tu pierna sangrante, desgarrada, te aferra a la realidad, evita que te dejes llevar a un mundo irracional, que te encamines hacia los senderos de la desesperanza.

Cuando dejaste el bar, alegre por los encuentros, feliz por la conversación, decidiste caminar, el tiempo no importaba, la jornada estaba terminada y un poco de aire despejaría tu mente del estrés del trabajo. Tus pasos se perdieron por calles que creías conocer. En pocos minutos, los que te perdiste en tus pensamientos, dejaste de reconocer todo lo que te rodeaba. El desconcierto se apodero de ti, no sabías donde estabas, te habías pedido.

En la calle tenues sombras se esbozaban, aquí y allá por la lánguida luz de las farolas. Un gato precavido, huía mientras te miraba desconcertado, de una enorme rata amenazadora. Aquel no era lugar para estar a esas horas de la noche, pero no sabías como habías llegado allí, solo tenías la certeza de que debías volver al mundo que conocías. Desandaste, esperanzado, el camino pensando que así volverías a lo conocido, pero todo seguía igual. Otra calle oscura, otra sórdida calle solitaria, sin gente, sin ruido, sin nadie a quien preguntar, otra esquina que doblar y de nuevo el mismo paisaje, la misma opresiva tristeza atenazante, que comenzaba a acelerar tu nerviosismo, a encrespar tu tranquilidad, a desconcertar tu raciocinio. Aquello no podía ser real, no podía ser cada calle más tétrica, más oscura, más siniestra que la anterior que había dejado atrás, no podía ir hacia ningún lugar cuando se suponía que volvía hacia donde había partido.

Un ruido, solo un tímido tintineo, el correr de una lata en el asfalto sucio, hizo que tus sentidos alertaran a tus miedos, encendieran tus alertas. Tal vez solo fuera el incauto transeúnte que anhelaba encontrar. Tal vez fuera quien le diera las instrucciones para volver a su realidad, para sacarle de aquel oscuro laberinto asfixiante. O tal vez fuera de nuevo el gato miedoso que seguía huyendo de la rata monstruosa.

De nuevo el tintineo, luego un paso arrastrado y luego otro. El gato no era, podría ser el despistado que le sacara de allí. Podría ser un ladrón, un asesino, un... Lo mejor era no pensar lo mejor solo era esperar.

De las sombras emergió, difusa, una figura, era humana, eso creías, caminando indecisa, imprecisa, tal vez embriagado, borracho. No era momento para pensar, solo tenías una idea en la cabeza, salir de allí. Te encaminaste hacia él, solo pensabas en pedir su ayuda en solicitar su auxilio.

La mitad de la distancia que os separaba basto para que comprendieras que la pesadilla iba a continuar. Notaste como se rompía la esperanza en tu interior, como se ahogaba la ilusión. El miedo desbordo los diques de la razón y todo tu ser se crispo cuando la tímida y moribunda luz de una triste farola cubrió con su verdad a aquel que te enfrentaba.

No era humano, no podía serlo. Aquella cara de rata, con esos enormes dientes, sus negros y profundo ojos que te miraban ansiosos, su rostro cubierto de un sucio y encrespado bello negro. Su cuerpo disforme, largo y retorcido, provisto de enormes garras en vez de manos y pies, cubierto por aquella vieja y sucia gabardina hecha jirones, por unos pantalones roídos y manchados. La humanidad no podía haber nunca habitado allí, era un monstruo y se aproximaba. Debías huir, debías escapar. Pero el miedo es traicionero y derramo su terrible esencia en tu cuerpo, lo paralizo, mientras en tu mente mil terribles imágenes te anunciaban lo que estaba a punto de sucederte. La angustia te envolvía, el horror te atenazaba y tu trataba de recuperar el control sin saber como hacerlo.

Dos, uno, los metros morían entre los dos y con una terrible lentitud comenzaste a recuperar el control de tu ser. Empezaste a girar, a escapar cuando se abalanzaba sobre ti, huias y en ese instante el dolor partió tu alma en dos. Tu pierna se desgarraba en sus garras animales. Pataleaste angustiado, tratando de liberarte del monstruo que te cazaba. Tu pie impacto en su rostro, el crujir de huesos así te lo aseguro, la libertad de tu dolorida pierna te lo confirmo, la angustiosa carrera que ahí comenzaste te lo refuto. Cojeabas en pos de tu vida, en busca de tu mundo.

Y ahora estas aquí, perdido en este laberinto, en estas calles que nunca has visto, que no sabías que existían. Te sientes observado. Empiezas a creer que no era uno solo, que son mas, que eres su víctima, su presa, su alimento. Sigues corriendo y no paras de pensar en el triste gato del que mal pensaste. Lloras, tu mundo, ese que tanto despreciabas por monótono, por plano, por insustancial, te parece ahora lejano, una utopía digna de ser anhelada, deseada. Tu mente no para de anunciarte que no vas a salir de allí, que tu mundo se acaba en aquellas calles oscuras y mal iluminadas, guarida de monstruos.

De las sombras emerge inmediato tú perseguidor, te cierra el paso, te enfrenta amenazante. Tras de ti su gemelo te husmea impaciente. Dos pasos más allá nuevas sombras se unen a la reunión. Sus negros ojos no se apartan de ti, sus anchas bocas babean impacientes, sus afilados incisivos se adelanta inquietos, el olor a alcantarilla revuelve tu estómago. La opresiva certeza del final es tu único pensamiento. Sabes que no quieres morir así, no quieres ser alimento de aquellos monstruos, no quieres desaparecer de esa forma tan cruel, sabes que mereces algo mejor, algo mas digno.

Un maullido rompe la noche, quiebra el silencio. Las sombras deformes huyen arrastrando sus extremidades, alocadas, temerosas. La esperanza desplaza tu miedo, estalla en gozo dentro de tu cuerpo. Tal vez sea una salida, tal vez tengas una oportunidad.

En el fondo de la calle, la monstruosa rata es devorada por varios gatos ansiosos de carne. Sonríes pensando en el oportuno giro de la historia y notas como el dolor de la pierna aumenta sin explicación, miras desconcertado y ver tres gatos arañando y mordiendo la terrible herida. Chillas histérico, pero más gatos, tal vez cientos, caen sobre ti, ahogando tu voz, enmudeciendo tu cuerpo, asfixiando tu vida, matando tu recuerdo.

Calle oscuraWhere stories live. Discover now