-¡Alba! – la llamé, intentando recuperar el aliento  - ¿Qué ha pasado? – me fijé en que tenía los brazos rojos. Parecía que había forcejeado

-¿Na…talia? – Dejó de llorar durante unos instantes, levantando la cabeza con una expresión confusa, como si estuviese viendo un fantasma o algo similar - ¿Qué…? –  Las palabras salían de su boca inconexas, fruto de la sorpresa y de haber estado llorando

Me arrodillé a su lado, con una sonrisa de ternura, intentando transmitirle tranquilidad. Alba se lanzó en mi dirección, abrazándome con fuerza, lo cual me pilló desprevenida. Justo en el instante en que correspondí el gesto, la rubia se echó a llorar de nuevo, aunque no sabía si como consecuencia de lo inesperado de mi aparición o de lo que fuese que había pasado justo antes de mi llegada. En el más absoluto silencio, me acomodé un poco sin despegarme ni un momento, permitiendo que se desahogara con total libertad sobre mi pecho.

Al cabo de diez o quince minutos, se separó para mirarme, acariciando mis mejillas como si aquello no fuese real. De las mejillas pasó al pelo, luego a los párpados, siempre de manera suave y pausada, queriendo cerciorarse de que verdaderamente no estaba soñando.

-Estoy aquí Albi – afirmé sonriendo – De verdad

-¿Pero cómo? Osea, estoy flipando. ¿Qué haces aquí Nat? – Claramente, le estaba costando asimilarlo

-Quería darte una sorpresa, venir a verte. Ya sabes – Su sonrisa, humedecida por las lágrimas que instantes antes había derramado, borró de un plumazo mis dudas sobre cómo podía sentarle mi visita. Nos miramos sin dejar de sonreír. Limpié con delicadeza los restos del llanto que quedaban en sus ojos y mejillas, dejando que el perfume que desprendía me embriagase

Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que la había tenido tan cerca. Estaba igual de guapa que siempre, sin duda alguna. Tenía el pelo suelto y algo alborotado. A pesar de haber llorado, el color miel de sus ojos no había perdido fuerza; al contrario, era mucho más intenso que nunca. Me había quedado completamente hipnotizada.

Como si fuese la primera vez, la atracción que había entre nosotras se fue haciendo latente, despertando del letargo en el que había estado sumida desde la última vez que nos vimos. Casi de manera inconsciente ladeé ligeramente la cabeza, acercándome despacio, pero sin detenerme, a los labios de Alba. Ella hizo lo propio, dejando una intensa pausa que me permitió notar su respiración. Era una sensación indescriptible, un cúmulo de sensaciones que no sería capaz de explicar ni aunque pusiese en ello todos mis esfuerzos. Fue un beso lento, pausado, en el que nuestros labios volvían a reconocerse después de mucho. No era nada sexual, al contrario. Estaba cargado de nostalgia, de amor, de un “te he echado de menos” que había durado demasiado.

Me puse de pie sin dejar de sonreír, tendiéndole una mano a Alba para que hiciese lo mismo. Tiré suavemente de ella hacia el sofá y con un gesto le indiqué que se sentase. Luego me dirigí a la cocina, intentando localizar dónde estaban las cosas para prepararle un té.

-Nat, ¿qué estás haciendo?

-Prepararte algo caliente – Algo me estaba rozando la pierna, e instintivamente me sobresalté. Queen daba vueltas alrededor de mis piernas, frotando su cabecita contra una de ellas. – Eh, hola – me agaché para acariciarla. El animal ronroneó, contento

Volví al salón con el té en la mano y Queen siguiéndome, encontrando a la rubia hecha un ovillo tapada con una manta. Se incorporó para dejarme espacio. Cogió la bebida caliente y volvió a acurrucarse, dejándose caer en mi hombro. Le acariciaba el pelo en silencio, esperando que se decidiera a contarme qué había pasado justo antes de que llegase.

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