Capítulo 15

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POV Alba

Natalia se había quedado dormida encima de mi hacía ya una hora en la que no me había atrevido a moverme por miedo a despertarla. Respiraba tranquila, ajena al desastre que había provocado en mi interior tras haberme contado su historia. ¿Cómo una persona tan empática, tan buena y tan sensible podía serlo después de las cosas que había pasado? Me había dejado destrozada y enfadada. Quería destrozar con mis propias manos a todas las personas que le habían hecho pasar aquel infierno, quería matarlos. Realmente la admiraba muchísimo por haber sido capaz de sobreponerse a todo aquello y ser la persona que era, lo que hacía que me gustase todavía más, si es que eso era posible.

Estaba preciosa, como siempre. Le aparté varios mechones de pelo que me impedían verle la cara por completo, con lentitud y recreándome en cada una de sus facciones. No sabía cómo ni en qué momento había llegado a pillarme tanto de ella, pero no me molestaba la idea ni mucho menos. Siempre la había visto como una tía dura y más bien desagradable que disfrutaba haciéndome rabiar y molestándome en general, pero ahora… Ahora sabía cómo era. Conocía su lado más dulce, acurrucándome cuando tenía frío o necesitaba un abrazo; su lado sensual (aún tenía clara en mi mente la cara de Natalia encendida cuando la insultaba mientras me empotraba en el ascensor), su lado más doloroso y su lado más artístico. En definitiva, conocía el lado más humano de Natalia Lacunza, y no podía pedirle nada más a la vida por haberme concedido ese regalo que tan feliz me hacía.

-Albi, ¿qué hora es? – Natalia se frotaba un ojo, adormilada

-Deben ser las siete – busqué mi móvil con la mirada, pero no lo encontré – Hola, por cierto

-Hola – sonrió como si fuese una niña pequeña - ¿Me das un beso?

-Los que quieras – cumplí su petición con una sonrisa aún más amplia que la suya

Natalia se incorporó durante unos instantes para volver a tumbarse, esta vez con la cabeza en la almohada. Me tumbé encima de ella, cruzando los brazos sobre su pecho. Nos miramos durante unos instantes sin decir nada. Tenía un brillo especial en los ojos, de esos que sólo tiene una persona cuando es feliz, y ella parecía serlo. Volví a besarla.

-Podría acostumbrarme a esto – dijo en un susurro
-Yo también – noté cómo mis mejillas se encendían. Ojalá no me pusiese roja cada vez que quería decirle algo bonito. Se había dado cuenta, porque llevó enseguida una de sus manos a mi cara

-Qué guapa estás cuando te pones nerviosa – sonreí al darme cuenta de que ya me había dicho esa frase antes. Concretamente, el día de Navidad, cuando nos dimos un pico por accidente

-Qué tonta eres, de verdad – la golpeé en el pecho – No digas esas cosas

-¿Por qué no? – hizo un puchero

-Oye – intenté cambiar de tema – gracias por confiar en mí

-Alba – su expresión se volvió seria – no habría confiado en otra persona que no fueras tú – el alma y el corazón acababan de caérseme a los pies. Volví a besarla, esta vez lentamente. Nuestros labios parecían acariciarse, como si tuviésemos miedo de hacernos daño. Y en realidad, yo sí tenía miedo de hacérselo

-¿Qué hacemos? ¿Tienes hambre?

-En realidad, estaba pensando en darme una ducha – me guiñó un ojo

-Más quisieras morena – intenté disimular el calor que me había entrado instantáneamente sólo de imaginármelo – Anda, ve mientras yo llamo a mis padres. Tienen que estar al llegar

-Vale – resopló en señal de protesta. Me encantaba picarla

Cuando por fin entró en el baño y cerró la puerta, salí en dirección al salón para buscar mi móvil. Toda la casa estaba a oscuras exceptuando un pequeño haz de luz que salía de la habitación de mi hermana. Me acerqué despacio a la puerta, que estaba encajada, por si estaba durmiendo. Abrí un poco y asomé la cabeza. Marina estaba de espaldas a mí, buscando algo en el armario.

Sinmigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora