Prólogo

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—Ame, estoy muy seguro que aquí está. —gritó PJ desde el otro lado del bosque.

Amelee rodó sus ojos, caminando desde el riachuelo hasta el árbol torcido donde estaba su amigo rubio platinado. El aire se hizo liviano en sus pulmones a cada paso, las gotas de lluvia se agarraban fuertemente de su cabello negro para no caer, y sus botas de caucho se llenaban alegremente de barro.

—Piche gorda, mueve ese gordo trasero. —dijo ya irritado por el lento caminar de su amiga, quien no tardó en sacar su dedo corazón.

—Ya te lo dije PJ, ese tipo de musgo aquí no se ve. —dijo igual de irritada la chica, con sus extremidades llorando por descanso.

El chico sólo movió su mano quitándole importancia y siguió iluminando con su teléfono la raíz del árbol. Llevaban semanas buscando ese tipo de musgo, el que ambos necesitaban para un proyecto de ciencias, que justamente debían entregar en dos días.

Las semanas anteriores, sus búsquedas habían sido en la pizzería Toberelinni cerca de la casa de Amelee; en las afueras del pueblo, en el bosque de pinos bajos; en la casa de la vieja loca del pueblo que extrañamente fue muy agradable con PJ; en la cascada cerca de Yauk, y, pero no tan importante, en el lago Oscuro cerca de ese bosque, Pinos Altos.

Lo curioso es que en ese lugar ni habían pinos, sólo grandes árboles de selva con una gran variedad de biodiversidad tanto de animales como de plantas.

Cuando la castaña llegó al lugar donde estaba su amigo acuclillado, calló todo su discurso de: hay que ir a la botánica de la señora Sans para fotografiar el musgo.

—Te lo dije, idiota. —sonrió orgulloso el platinado mientras pasaba su mano por su frente para quitar el sudor en él. —Pasa la bolsa y la pala.

Amelee con sus mejillas ardiendo de vergüenza, sacó las cosas que su amigo le estaba exigiendo, rodando los ojos cuando se las entregó.

—Saquemos una selfie. —dijo PJ, dejando de lado los objetos que Amelee le había entregado.

La castaña fastidiada y cansada de tanto recorrido y búsqueda, sólo se desplomó en una raíz del arbol y esperó a que el platinado sacara la foto. Pero, PJ al darse cuenta de la cara de demonio que tenía su amiga, hizo una mueca y la observó.

—Amelee, o lo haces bien o lo haces bien. —La susodicha lo miró con el mismo rostro. —¡Quita esa cara de culo, mujer!

—¡Es mi cara normal! —chilló la joven.

Aish, pues ahora sólo te falta el ano y ya estás hecha. —murmuró PJ, activando su cámara y lanzando la foto sin importar qué mueca estuviera haciendo la castaña.

Durante el resto de la tarde estuvieron terminando su proyecto, describiendo el color, textura y sí, sabor —cosa que sólo se atrevió a probar PJ— no del musgo. Más tarde recogieron sus pertenencias y caminaron hasta la próxima parada de autobús antes de separarse una estación más tarde.

Ya sola, Amelee comenzó a escuchar Hasta Luego mientras su cabeza era golpeada cruelmente con la ventana. La música lograba calmarla, sacarla de su mundo de preocupaciones y decepciones. Sin duda, si ella estuviera en un vídeo musical no dudaría en pararse en uno de los asientos y dar sus mejores pasos de baile. Pero no, estaba en la vida real en donde simplemente saltar del asiento era visto como raro.

Cuando llegó a su casa, esperó que sus padres no estuvieran en casa, así tendría más tiempo de prepararles la cena y limpiar el desastre que había en su casa. Pero de nuevo, nada era como ella quería.

Los dos autos correspondientes a cada uno de sus familiares estaban estacionados en el frente.

Amelee lloró internamente cuando abrió la gran puerta de madera y se consiguió el rostro de su madre.

Pacto con el diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora