Capítulo 32: Contigo

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-Aún lo tienes -murmuró más para sí mismo que para ella.


Pero ya que Oriana estaba apoyada contra su pecho lo escuchó.

-Siempre lo cuidé mucho, por eso lo tenía guardado

Le contó y giró un poco la cabeza para observarlo. Él miraba fijamente su mano

-Fue raro...antes de volver hacia aquí lo había estado perdiendo cada dos por tres, por eso había decidido guardarlo en mi joyero.

Paulo alzó ambas cejas y siguió mirando el anillo. Aquello era bastante extraño. Se tocó, con la otra mano, el pecho, buscando su medallita. Y allí estaba, pegada a su corazón. Desde que Oriana estaba allí, no había vuelto a perdérsele. ¿Aquello era casualidad o algo más? El silencio que había allí adentro los dejaba escuchar con perfecta claridad los sonidos de la lluvia y el viento. Entre ellos ya no había tensión, solo un poco de confusión. Paulo sintió como el cuerpo de Oriana se relajaba contra él y supo que estaba por quedarse dormida.

- ¿Vamos a dormir? -le preguntó.

Ella solo asintió. Se pusieron de pie y Julian arregló un poco el improvisado colchón que había armado. Le dio el paso y ella se acostó. La tapó con una de las sábanas y se sentó en el suelo, a su lado. Oriana lo miró extrañada. No esperaba que él se sentara allí, sino que se acostara a su lado. El colchón era amplio y ambos entraban perfectamente.

-Paulo, ¿acaso vas a dormir allí sentado?

Él la miró algo sorprendido por su pregunta. No tenía ningún problema en dormir así, no le resultaba incómodo.

-Sí, ¿Por qué?

-Ven aquí, Paulo -le dijo y abrió las sábanas indicándole el lugar -Entramos los dos...no quiero que duermas sentado.

Estaba sorprendido, sí. No esperaba que ella le dijera aquello. Sintió cosquillas en la panza, pero sacudió la cabeza.

-Yo...no creo que sea correcto.

Oriana sonrió.

-Hablas como un anciano, Serrano-le aseguró -Cuando éramos niños dormíamos hasta en el suelo del establo juntos...

'Pero ya no somos niños' pensó él.

-Lo sé -le dijo -Pero yo aquí estoy bien. No quiero que duermas incómoda.

- ¿Puedes dejar de tratarme como a una princesa? No lo soy. Conozco los dolores, las incomodidades, etc. No soy de cristal, Paulo. No me rompo. Ni me quejo.

-Pero le temes a las tormentas...

-Eso le puede pasar a cualquiera. Desde a la princesa Carolina de Mónaco, hasta a un pobre hombre que duerme en la calle.

-No me refería a que no eres fuerte o capaz, Oriana -le sonrió -Solo...aagh, nada.

Se puso de pie y se acostó a su lado. Oriana sonrió abiertamente sin que él la viera. Estaba segura de que aquello era solo una tonta excusa.

- ¿A quién iba a abrazar si no era a ti cuando haya un rayo? -le preguntó.

Paulo suspiró, se acomodó mejor y abrió sus brazos para ella. En ese momento un trueno llegó y Oriana lo abrazó más rápido de lo que se tarda en dar un respiro. Una estúpida sonrisa se le escapó, ella lo hacía sentirse así. Su corazón latió rápido cuando ella apoyó la cabeza en su pecho.

-Hasta mañana, súper Paulo-le dijo.

Él sonrió aún más.

-Hasta mañana, enana bonita.

Él comenzó a despertarse, por el suave canto de un pájaro. Abrió un ojo para encontrarse en un lugar que no era su habitación. Miró a su alrededor y reparó que estaba en un viejo establo. La luz del sol entraba implacable por la ventana. Entonces se despertó del todo y recordó por qué y con quien estaba allí. Bajó la mirada hacia el suave peso que descansaba contra su pecho.

Su corazón comenzó a latir rápido al tener su bello rostro tan cerca. ¿Cómo podía ser tan hermosa? ¿Cómo podía hacer latir su corazón de aquella forma? Debería estar sintiendo rencor por ella, por haberle roto el corazón siendo solo un niño. Pero extrañamente no podía sentir aquello por ella y lo que sentía lo confundía, lo abrumaba. Se encontró levantando la mano y corriendo el cabello claro que caía sobre su frente. Lo llevó detrás de su pequeña oreja, en una caricia silenciosa. Ella se movió un poco, pero no despertó.

Se concentró en mirar cada facción de ella, cada línea de expresión. Estaba complemente relajada, una pequeña sonrisa parecía tirar de las comisuras de sus labios. Sus pestañas se arqueaban elegantes e imponentes en aquellos ojos suavemente cerrados. Con cuidado acarició aquella parte de su rostro, luego bajó por su nariz, siguió bajando hasta descansar el pulgar contra su labio inferior.

Estaba húmedo y algo tibio. Hizo una pequeña presión separándolo del otro labio y entonces un suave suspiro escapó de la boca de ella. Al instante el dejó de tocarla. Oriana se removió de nuevo y esta vez sus ojos se abrieron lentamente. Lo miró algo confundida con los ojos entrecerrados, pero luego de unos segundos le regaló una linda sonrisa.

-Buenos días -lo saludó con la voz algo rasposa.

-Buen día, enana -dijo él algo nervioso.

Ella volvió a cerrar los ojos sin dejar de sonreír. Se acomodó para seguir durmiendo

-Oye, no sigas durmiendo. Debemos levantarnos, hay un sol radiante.



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