Cuarta Parte

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El padre Cayetano y el obispo admiraron juntos el eclipse, pero Delaura se lastimó un ojo por mirarlo directamente. Cayetano le dijo al obispo que no creía que Sierva María estuviera poseída y atribuía las acusaciones en las actas de las monjas a su falta de entendimiento y cerrazón. El obispo pidió que continuara a pesar de las dudas sobre su posesión demoníaca.

Al día siguiente Sierva María le dijo a Cayetano que sabía que moriría pronto porque Martina Laborde se lo había asegurado. Delaura la reconfortó de su llanto con paliativos confesionarios, y fue entonces cuando Sierva María comprendió que Delaura era su exorcista y no su médico. Cayetano le confesó que le ayudaba porque la quería mucho.

De salida, el padre le llamó la atención a Martina por asustar a Sierva María, pero ella nunca dijo que moriría y comprendieron que Sierva María mentía al respecto, como siempre lo había hecho. No obstante Delaura comprendió que estaba asustada y había creado un ambiente mortuorio a su alrededor.

El obispo le entregó a Cayetano una carta de parte de la abadesa en donde se quejaba de la tutela de Sierva María y de la prepotencia con la que se comportaba Cayetano. Delaura se molestó y afirmó que si alguien estaba poseído era la abadesa. El obispo lo reprendió por cualquier exceso que hubiese cometido a la vez que manifestaba su comprensión, pero se dejó ir por la nostalgia que siempre lo acechaba desde que inició su vejez y olvidó el tema.

A finales de mes arribó a Cartagena de las Indias el nuevo virrey, don Rodrigo de Buen Lozano, y su séquito. La virreina tenía algún parentesco con la abadesa y había solicitado alojarse en el convento. Era casi adolescente, activa y un poco díscola en el convento. No hubo rincón que no registrara ni nada bueno que no quisiera mejorar. La abadesa trató de impedir que se acercara a la celda de Sierva María, pero ello sólo aumentó más su curiosidad. Tan pronto la vio, Martina Laborde se arrojó a sus pies para que le concediera el perdón. La virreina se sintió hechizada cuando vio a Sierva María cosiendo en un rincón y se hizo el propósito de redimirla.

Durante una cena con el gobernador y el virrey, la virreina presentó a Sierva María, quien parecía una reina con el vestido de Bernarda. El virrey no podía creer que estuviera poseída y la encomendó a sus doctores, quienes coincidieron con Abrenuncio en que no tenía ningún síntoma de rabia y era muy probable que ya no la contrajera, sin embargo, nadie se sintió autorizado para dudar de su posesión demoníaca.

El virrey visitó al obispo para comentarle sus planes para gobernar y especialmente, hablar sobre Sierva María. El obispo aclaró que la niña se encontraba en buenas manos. El virrey negó el indulto de Martina porque le parecía un mal precedente ante los demás reos.

Al día siguiente, el obispo decidió que Sierva María permanecería en el convento pero en mejores condiciones y no bajo el régimen carcelario. Asimismo le delegó a Delaura libertad de proceder y le pidió que visitara al marqués.

Cayetano se apresuró felizmente al Convento y un pintor hacía el retrato de Sierva María vestida como reina, con el cabello hasta los pies, emanando una luz extraordinaria, parada en una nube y en medio de una corte de demonios sumisos. Delaura cayó en éxtasis con aquella visión de una niña que se había convertido en mujer.

Sierva María le narró un sueño que tuvo, el cual era el mismo sueño que Cayetano había tenido antes de conocerla. Antes de terminar el relato, Sierva María confesó estar asustada pero Delaura le prometió que pronto sería libre y feliz por la gracia del Espíritu Santo.

Por otro lado, Bernarda no estaba enterada de la ausencia de su hija hasta que un día confundió a Dulce Olivia con Sierva María en una de sus alucinaciones. El marqués le comentó la situación y Bernarda, a pesar de haberla odiado siempre, se consoló al saber que su hija seguía viva. Al día siguiente, Bernarda se marchó de la casa con sus cosas y su dinero; el marqués comprendió entonces que era para siempre.

Delaura visitó al marqués, quien yacía solo en la hamaca, para informarle que él estaba encargado de la salud de su hija. El marqués le enseñó la recámara de Sierva María, la maletita que le había preparado el día que la dejó en el convento y le pidió que se la llevara a su hija. Asimismo, le pidió que visitara a Abrenuncio para hablar sobre la salud de Sierva María.

Pese a que Delaura sabía que Abrenuncio era buscado por el Santo Oficio fue a visitarlo. Abrenuncio lo atendió con mucho gusto y le enseñó su extensa biblioteca. Cayetano estaba asombrado por los numerosos libros y especialmente porque encontró Los cuatro libros de Amadís de Gaula, el libro prohibido que le confiscó el rector del seminario a los 12 años de edad. Ambos hablaron sobre Sierva María. Abrenuncio afirmó que ella no estaba poseída por el diablo y le hizo ver a Delaura que él estaba allí porque deseaba hablar sobre ella. Cayetano se sintió en evidencia y se apresuró para marcharse. El doctor le regaló una medicina para curar su ojo lastimado por el eclipse.

De allí, Delaura fue al convento para ver a Sierva María, le entregó la maletita que enviaba su padre y ella la recibió con gran desprecio, pues lo odiaba y prefería estar primero muerta antes de volverlo a ver. Entonces Sierva María se transformó en energúmeno, comenzó a escupirlo y escupió una baba verde. Delaura toleraba sus escupitajos, ponía la otra mejilla y rezaba con devoción, pero sólo Martina consiguió someter a la niña con sus maneras celestiales. Cayetano huyó y se encerró en la biblioteca a rezar, sacó las pertenencias de Sierva María de la maletita, las olió con deseo, las amó y habló con ellas obscenamente hasta que no pudo más. Entonces se desnudó el torso y comenzó a flagelarse con un odio insaciable. El obispo, que había quedado pendiente de él, lo encontró revolcándose en un lodazal de sangre y de lágrimas. Delaura sólo dijo que era el demonio mismo, el más terrible de todos.

Del Amor Y Otros Demonios [Resumen]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt