Cinderella

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Con la duodécima campanada el hechizo se desvaneció. Pero ya no importaba. El algodón era tan buena alfombra al pie de la cama como podía serlo la más exquisita seda. Aquella noche no era un cuarteto de cuerda quien marcaba el vaivén de sus caderas, tampoco lo eran las teclas de un piano. Ningún instrumento musical habría compuesto una banda sonora más perfecta que la respiración entrecortada de ambos, acompasada por sendos y acelerados metrónomos cardíacos a los que ocasionalmente se unían susurros de devoción.

No era para menos, ella era perfecta, él era perfecto y lo seguirían siendo hasta que el Sol eclipsase a la luna, testigo y cómplice de aquella noche de pecado. Porque eso sería todo, una oda al hedonismo con el villano del cuento, lejos de reinos de hadas y príncipes salvadores.

Una noche. No se debían más ni podían pedirse más, luego no habría mayor rastro que las marcas que las uñas de ella dejaron sobre su espalda y las que él dejó en el cuello ajeno entre besos húmedos, enclave de un territorio que, ambos sabían, no tardaría en ser conquistado por otra persona.

Ese era el trato, esas eran las reglas del juego, algo tan simple y sencillo como fácilmente quebrantable con dos palabras y la suma de ocho letras que manifestaban un sentimiento correspondido. Y qué fácil habría sido todo si hubiera sido lista, si no hubiera dado ni ansiado más de lo pactado pero tamén si hubiera demorado la despedida lo suficiente como para percatarse de que olvidaba el zapato de cristal. Así no se habría tenido que dar el reencuentro. Así no se habría parado a pensar en un "Y si...".

Sin duda, habría sido mucho más sencillo pero, independientemente del final del cuento, eran los caminos difíciles los que la atraían, los intrincados laberintos por los que uno no siente miedo de perderse. Y que siempre podría engañarse y olvidar lo que pasara a partir de entonces, decir que después de esa noche no volvió a cruzarse con aquel villano ni siquiera en sueños. Si le placía, podría volver al "feliz para siempre" por su cuenta. No había un punto de no retorno. El mundo no se iba a acabar después de aquello.

Relatos efímeros de noches eternasWhere stories live. Discover now