juntos, en silencio

1

 L.T. Pimstein entró a la cafetería sin sacarse los lentes de sol, con la chaqueta abrochada, y guantes de invierno. Alguna que otra persona se volteó a mirarlo. Él no los miró. Él solo pensaba en Carl, en su hermano. Se acercó al mostrador, se sentó en la barra, se quedó mirando un punto fijo sin inmutarse ante el mundo que se movía detrás suyo.

—¿Va a servirse algo, señor?

Pimstein abrió y cerró los puños de sus manos forradas por los mitones. La cara de Carl frente a la suya. Lo que éste le había dicho.

—¿Señor...? ¿Va a querer algo, qué le ofrezco?

Estuvo a punto de espetarle algo así como "un puñetazo en el hocico, eso te puedo ofrecer yo", pero se abstuvo.

—Un capuchino expreso.

—En seguida.

—Jódete.

Eso lo dijo en voz alta. No le importó.

Hace dos días, dos malditos días, Carl había estado frente a él.

—Vamos, Lewis, ¿no me vas a acompañar?

—¿Tan poco importantes crees que son las cosas que tengo que hacer con mi vida?

—No seas así, Lew. Sabes, creo que la Antártica no es un mal lugar para empezar una novela.

—A la mierda con esa novela, Carl.

Era la novela de sus sueños. La historia con la que habían charlado desde que tenían uso de razón. A veces Pimstein pensaba que desde el útero materno llevaban planeando esa novela, desde antes de existir, de ser personas.

A la mierda con esa novela, Carl.

A la mierda con todo. Unas mujeres charlaban detrás suyo en el café. Pimstein no quería oírlas, pero las oyó de todos modos.

—¿Viste ese avión que se estrelló en el Pacífico?

—Ay, sabes que eso pasa siempre. Además, ¿qué tanto importa? ¿Cuántos pasajeros traía? ¿Diez, doce? Eso no es nada.

Pimstein soltó un bufido.

Eso no es nada, claro. Para ella, quizá. Para cualquier imbécil que camina por la puta calle sin ningún propósito real en su vida.

Eso no es nada, dicen.

Eso es todo su mundo.