• XIII - El Zuharí •

Começar do início
                                    

—¡Ashun...! —gruñí en un nuevo intento de librarme, torciendo el brazo dentro de su agarre, pero sólo conseguí hacerme daño—. ¡Basta! ¡Me duele!

Ashun se volvió hacia mí con los ojos ardiendo de furia:

—¡No tenemos tiempo de descansar! ¡Tenemos que...!

Cortó su frase a la mitad en el momento en que escuchamos voces provenientes desde el final del callejón, acompañadas de un alboroto lejano:

Se metieron por allí, estoy seguro. Esos bastardos...

Ashun me empujó detrás de su espalda y empezó a retroceder mientras buscaba con desesperación alrededor un sitio en dónde escondernos.

—Están aquí... —masculló.

Escuché de pronto un sonido a mis espaldas; como el de un cuerpo al aterrizar sobre los pies al final de una larga caída.

—Eh —terció de pronto una voz ajena a ambos y una mano se posó sobre mi hombro—. Ustedes.

Ashun y yo viramos casi al mismo tiempo y nos encontramos, a nuestras espaldas, con un curioso joven.

No parecía mucho mayor que Ashun, aunque era un tanto más bajo y más delgado. Tenía un par de ojos verdes de aspecto felino y acentuaban su rostro, fino y moreno, algunos rizos sueltos de un largo cabello castaño atado a su nuca en una coleta.

—Vengan. Por aquí —nos indicó, señalando una oscura grieta entre dos edificios. Estaba seguro de que yo podría entrar. No obstante, Ashun...

Pero debíamos intentarlo. El callejón era demasiado largo para llegar al final antes de que nos avistasen y entonces tendríamos que seguir escapando, quien sabe por cuánto tiempo más, antes de toparnos con otro obstáculo. Eso, si no nos cansábamos primero. Por lo cual, sin tiempo a pensarlo demasiado, tomamos la opción que el muchacho nos ofrecía y entramos en la grieta.

Para mí fue fácil, mientras que Ashun tuvo que entrar de costado y luchar para introducirse junto conmigo hasta el rincón más oscuro, donde el cobijo de las sombras nos resguardó de la vista.

—Quédense allí hasta que yo les diga que pueden salir —dijo el muchacho. Algo en su tono de voz calmado y en su expresión serena me transmitieron confianza.

Ashun y yo nos quedamos quietos en el instante en que el muchacho desapareció de nuestra vista y fue al encuentro de nuestros perseguidores. Entonces, desde nuestro escondite, oímos el más curioso de los intercambios:

¡La paz sea con ustedes, mis distinguidos señores! —saludó alegremente—. ¿Les gustaría conocer su fortuna para el día de hoy?

Al diablo con eso. Buscamos a dos desertores de nuestro barco. Entraron escapando por uno de estos callejones, ¿viste a donde se fueron?

Desde luego que los vi. Dos malandrines, sin duda alguna. Muy rudos y descorteses; me empujaron fuera del camino en cuanto los saludé. Un pequeño de ojos negros y un grandullón de cabeza rapada.

Me tensé en mi sitio con un escalofrío y Ashun y yo nos dedicamos un gesto urgido. El muy maldito nos iba a traicionar a cambio de alguna retribución, de seguro. Noté que Ashun se llevaba la mano al cinturón, allí donde colgaba la daga de Eloi, y yo empecé a temblar de nervios.

¡Son ellos! —dijo un hombre cuya voz reconocí como la del esclavo que vigilaba la carreta y que me había atrapado antes—. ¡¿Por dónde se fueron?!

Cerré los ojos, maldiciéndolo todo. Por un tropiezo; por un mal cálculo; por una eventualidad y por confiar en un extraño... todo estaba a punto de derrumbarse.

Tuqburni | RESUBIENDOOnde histórias criam vida. Descubra agora